LA PALABRA – Cada religión encara las transgresiones y reglas divinas de forma diferente. Por ejemplo, en el cristianismo, al luto y recogimiento de la Semana Santa le precede el Carnaval, un tiempo que tradicionalmente se ha convertido en sinónimo de excesos carnales (tanto alimenticios como de otro tipo). En el Islam, el ayuno diario durante el mes del Ramadán culmina al anochecer de cada jornada con formidables ágapes. Sin embargo, el ayuno y día más sagrados del judaísmo, Yom Kipur, se cierra con una cena íntima y nada excesiva. Es más, lo primero que suele ingerirse tras 25 horas sin alimento ni bebida es un sencillo caldo.
Esta festividad se celebra el décimo día del primer mes (tishrei) del calendario hebreo, y sirve de final a un tiempo de arrepentimiento por las propias faltas, que comienza ya en el mes anterior de elul (el último del año) y se intensifica en el primer decenio desde el comienzo oficial del calendario en Rosh Hashaná, en los llamados Yamím Noraím (Días terribles, en hebreo). ¿Qué pasa entonces cuando se acaba Yom Kipur y en el cielo se distinguen las primeras tres estrellas que señalan el inicio del undécimo día del calendario? ¿Comenzamos a escribir un nuevo capítulo en blanco?
De ser así, muchos se sentirían tentados de organizar justo entonces una maratón de actos pecaminosos, ante la perspectiva tan lejana de la nueva fecha del balance espiritual. Sin embargo, ninguna de las múltiples diásporas judías ha desarrollado una tradición tal, como sí lo ha hecho, por ejemplo, la comunidad judeomarroquí para celebrar el final de las restricciones alimenticias de Pésaj con la hoy popularizada fiesta de la Mimuna. Porque no hablamos de librarnos de opresiones y condicionantes externos, sino de los compromisos asumidos con nosotros mismos.
Justo antes del inicio de la ceremonia de Yom Kipur se recita el Kol Nidrei, una solemne declaración en arameo para descargarse de los votos o promesas no hacia los demás, sino para con nuestra conciencia. La ley judía (halajá) permite librarse de estos juramentos mediante un tribunal o un experto (lo que se denomina en hebreo “hatarat nedarím”), por lo que cabe preguntarse cuál es el verdadero sentido de que este descargo se haga de forma pública y colectiva. Puede que la respuesta esté justamente en el sentido moral de la comunidad: que aunque nadie confiese su pecado ante los hombres, sí reconozcamos que no somos infalibles con la fe. De allí que la redención personal exija el examen anual divino, pero el pueblo sea quien juzgue nuestras acciones día a día, comenzando por el mismísimo primero tras la expiación, desde el 11 de tishrei y hasta el próximo Yom Kipur.
Gmar Jatimá Tová (Que sean inscritos en Libros de Larga Vida)
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad