JUSTICIA JUSTICIA PERSEGUIRÁS, CON CARLO TOGNATO – Desde la Guerra de los Seis Días de 1967, Cisjordania ha sido ocupada por asentamientos de colonos judíos que a comienzo de este año han llegado a 450 mil personas. En varias ocasiones la comunidad internacional ha objetado la legitimidad de dichos asentamientos. El Road Map for Peace de 2002 elaborado por el gobierno israelí preveía el establecimiento de un estado palestino y el desmantelamiento de los asentamientos en los territorios en disputa, pero nunca se implementó y los asentamientos se multiplicaron. Este proceso ha llevado a graves tensiones y violencias entre los colonos y los palestinos que viven en dichos territorios. Este es el contexto en el cual se enmarcan estas historias.
En julio de 2016 el rabino Michael “Miki” Mark fue asesinado en un ataque terrorista mientras conducía su coche junto a su esposa y a dos de sus diez hijos en las colinas de Hebrón. Mark murió desangrado frente los ojos de sus hijos adolescentes y al lado de su esposa inconsciente y en estado crítico. Un funcionario de la Autoridad Palestina que pasaba por allí fue testigo del hecho y se dispuso a ayudar inmediatamente a la familia. De él conocemos sólo la inicial de su nombre, “A”, dado que su nombre completo no ha sido divulgado por razones de seguridad. Mientras prestaba su ayuda, había palestinos pasando en coche y gritándole por qué estaba ayudando a unos judíos. “A” le contó unos años después al Jerusalem Post: “Hice lo que hice por una cuestión de humanidad. Había niños allí adentro. Había personas. No dudé para nada”. Por su intervención, fue despedido de la Autoridad Palestina y no pudo conseguir otro trabajo en los mencionados territorios. Fue amenazado y finalmente tuvo que buscar opciones en Israel donde vivió con su esposa y su hijo de dos años y medio bajo una tienda en una playa de Tel Aviv en estado de pobreza durante varios años sin recibir el permiso de trabajo. Sólo después de que un programa de televisión en Israel diera a conocer su historia, llegó la solidaridad de ciudadanos simples y de personajes públicos israelíes y se le otorgó la residencia. El jefe del Consejo Regional de Samaria, quien le puso a su disposición un apartamento, declaró en esa ocasión: “Cuando escuché el programa, lloré y sentí vergüenza” y se refirió a “A” como “justo entre las naciones”.
El caso de “A” no es único. Varios palestinos han protegido a ciudadanos israelíes, tanto civiles como militares e inclusive a colonos que buscaban cometer actos de violencia, frente a la reacción violenta por parte de turbas de ciudadanos palestinos. En todos estos casos hubieran podido mirar hacia el otro lado y buscar para eso justificaciones legales, morales, políticas, religiosas o simplemente pragmáticas, pero no lo hicieron. Como dijo “A”: “Hice lo que hice por una cuestión de humanidad. Había niños allí adentro. Había personas. No dudé para nada”. Estos casos nos dejan inevitablemente con una pregunta profunda. ¿Qué haríamos nosotros frente a casos en los cuales la humanidad de quienes quedan al otro lado quedara borrada? Cada uno responderá como pueda. Esperemos que los justos de cada lado permitan mantener viva la llama de la esperanza.