LA PALABRA – Decía el escritor español Antonio Gala en su tradicional columna antisemita, refiriéndose a los judíos: “pogromos, guetos voluntarios o no, exterminios, persecuciones, expulsiones…¿No harían bien preguntándose el por qué les ocurre siempre igual? ¿O estará el resto del mundo equivocado?”. También los vecinos de los “desaparecidos” en la Argentina de la dictadura militar justificaban las ausencias con un “algo habrán hecho”. Algo muy similar al silencio y la ceguera de los alemanes de los años 30 con los judíos.
Hoy, a las puertas del 66º aniversario del Estado de Israel, es hora de reconocer que “algo habremos hecho”. Por ejemplo, fundar el primer y único país verdaderamente democrático de la zona. O ser el estado con más premios Nóbel por población (exceptuando los países pequeños con un único premio) del mundo.
Porque, más allá de las apabullantes estadísticas y cifras, y mal que les pese a muchos y a la percepción vendida a los medios de comunicación masiva, es el país que más vidas (la de los judíos) ha salvado, aunque esta sea una afirmación difícil de demostrar. Basta mirar el papel que “lo judío” está desempeñando en la “Guerra Tibia” de Ucrania para imaginarse lo que pudo haber sido la caída del Telón de Acero sin la existencia de una salida segura para los judíos allí enjaulados. ¿Y los de los países árabes? ¿Hubieran estado a salvo si no se hubiese declarado la independencia de Israel?
La decisión de Ben-Gurion de impulsar la partición y posterior independencia de un estado judío en tiempos en que la judería europea era poco más que cenizas y ruina -y la población establecida en la Palestina bajo Mandato Británico no superaba el 5% de la población judía mundial- fue una osadía tal (jutzpá en hebreo, palabra que ha pasado al inglés americano) que, dos generaciones después, sigue generando escalofríos. Hace poco, el veterano presidente Shimon Peres suavizaba la aflicción de quienes le preguntaban sobre las actuales amenazas a la seguridad nacional recordándoles que en 1948, inmersos en la Guerra de la Independencia, debieron enfrentarse a los ejércitos profesionales de cinco países (más voluntarios de otros tres) casi sin armas, munición, ni soldados.
Muchos de los que cayeron en aquellas batallas (que no sabían que sólo serían las primeras de una larga serie) ni siquiera llegaron a decir su nombre a sus compañeros de batallón, prestos como estaban a defender el último bastión de esperanza cuando descendían de los barcos que los habían rescatado de los campos (de exterminio y concentración primero, de desplazados después) de Europa. A ellos, y a tantos otros que dieron su vida después, recordamos cada año (en Yom haZikarón) antes de que estalle el júbilo y la fiesta. Porque es verdad: algo habremos hecho para merecernos el país que tenemos.
Jag Atzmaut Sameaj!
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad