“Amén” (2001), de Constantin Costa-Gavras (Francia)

FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD – Guión: Costa-Gavras y Jean-Claude Grumberg, según la obra teatral “El vicario” de Rolf Hochhuth. Intérpretes: Ulrich Tukur (Kurt Gerstein), Mathieu Kassovitz (Riccardo Fontana), Ulrich Mühe (Mengele), Ion Caramitru (Conde Fontana), Friedrich von Thun (padre de Gerstein), Antje Schmidt (Frau Gerstein), Hanns Zischler (Grawitz) y Sebatsian Koch (Höss).

Dos sistemas: por una parte la maquinaria nazi… y por otra la diplomacia del Vaticano y de los Aliados. Pero dos hombres luchan desde dentro. El primero es Kurt Gerstein, químico y miembro de las SS que en la vida real se encargaba de suministrar el gas Ziklon B a los campos de la muerte. Pero eso no le impide denunciar los crímenes, alertando a los Aliados, al Papa, Pio XII, a los alemanes y a sus iglesias, jugándose la vida y la de su familia. El segundo, Riccardo, un joven jesuita, personaje de ficción que representa a todos los sacerdotes que supieron oponerse a la barbarie, pagando muchas veces con su propia vida. Es un símbolo de todos esos religiosos, conocidos o desconocidos, que rechazaron el silencio impuesto por sus iglesias. ¿Pero, en qué momento la ética supera a la prudencia? Kurt Gerstein sabía lo que estaba ocurriendo y quería que el mundo entero también lo supiera. La película pone en tela de juicio la indiferencia de todos aquellos que sabían lo que estaba pasando y decidieron callarse.

Amén, del siempre valiente y comprometido Costa-Gavras, dio mucho que hablar en el momento de su estreno en el Festival de Berlín, donde se creó una gran polémica tanto por su contenido (la acusación a la Iglesia de ser cómplice con su silencio de los crímenes nazis y principalmente del exterminio judío), como por el cartel diseñado por Oliviero Toscani (creador de varias de las campañas de Benetton), en el que se reproduce la esvástica a gran tamaño, confundida con una cruz, en una imagen sencilla, clara y de gran potencia. Esta denuncia del griego Costa-Gavras no sólo es tan necesaria como todas las suyas, sino que además por su calidad, puede ser considerada como una de sus grandes obras. Una vez más vuelve a poner el dedo en la llaga, adentrándose en una de las atrocidades más grandes cometidas en la historia de la humanidad y encontrando más culpables de los evidentes, que son desenmascarados con gran valentía, talento y un sentido didáctico que sabe superar los maniqueísmos.
Para ello, además de contar con un magnífico guión (que sabe transformar el documento en cine de género, una intriga política de alta intensidad) y una reconstrucción histórica impecable, se hace con un gran reparto encabezado por Ulrich Tukur y Mathieu Kassovitz. Uno de los méritos del filme de Costa-Gavras es reflejar cómo, frente a la silenciosa pasividad y a los ejercicios diplomáticos del Vaticano ante el genocidio nazi, hubo católicos que se enfrentaron al nazismo, arriesgando incluso sus vidas para facilitar a las autoridades vaticanas información directa y veraz de la política de exterminio que se estaba llevando a cabo en los campos de concentración. No fue sólo el Vaticano el que calló, es cierto, pero no es menos cierto que el silencio de la jerarquía católica, con el papa Pío XII al frente, tuvo una significación especial, precisamente por la condición que del Vaticano como referente moral.

“Abro cuestiones olvidadas, alzo preguntas y no ofrezco respuestas. Me gustaría reabrir el debate en torno a este asunto. Las películas ni curan el cáncer ni cambian sociedades o seres humanos, afortunadamente. A veces, las pocas, pueden obrar milagros, pero no ésta. Quiero que ver Amén provoque la curiosidad por leer libros sobre este tema y que cada cual decida por sí mismo“ (Costa-Gavras).

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