Aylan y Kihan

LA PALABRA – Aunque la guerra en Siria ha producido en estos cuatro años cientos de miles de muertos, millones de heridos y desplazados, y un enorme dolor y terror en la zona, Europa parece haber descubierto la tragedia sólo ahora, con las terribles imágenes del cuerpo inánime de Aylan, un niño kurdo de tres años de edad, acunado por el mar en la orilla turca de la que zarpó con su familia. Si hubieran logrado llegar a la orilla de una cercana isla, estarían recorriendo (como otros decenas de miles) la ruta del éxodo hasta nuestra Tierra Prometida, pasando por otras tantas estaciones del crimen organizado, esquivando que el destino volviera a enseñarse y los asfixiase en un camión sin ventilación abandonado en alguna carretera del Paraíso.
Pero entonces no tendríamos la iluminación suficiente ni el vaivén de las olas playeras para dar cuenta mediática del mismo grado de horror, como tampoco tuvimos la oportunidad de conocer el nombre y la historia de los otros miles de niños de su misma edad que fueron despedazados por las bombas de barril del ejército sirio, o en el fuego cruzado entre kurdos y miembros del Daesh. Ni tampoco nos escandalizan tanto aquellos que han sobrevivido para ver a sus padres llorar de desesperación en las estaciones de tren húngaras y proteger con sus cuerpos empujados y zarandeados una bolsa de aire libre en un vagón que no partirá a destino.
Entre ellos habló Kihan, que a sus 13 años, supo explicar lo que los políticos y analistas no pueden o quieren ver: “si paran la guerra, no querremos venir a Europa”. Porque sí, hay que encontrar una salida urgente a los que huyen del conflicto y prefieren arriesgarse a perderlo todo (incluida la vida) en el intento, a ser “acogidos” en algún país musulmán (incluida la europea Turquía). Pero si no se pone en marcha inmediatamente una gran fuerza militar internacional para intervenir y controlar la sangría en su origen, las consecuencias serán seguramente cada vez peores y tendremos que acostumbrarnos a vivir con la muerte llamando (literalmente) a nuestras puertas.
Este conflicto comenzó como una llama más de las Primaveras Árabes que encendieron el Oriente Próximo cuando quien se dedicaba a apagar los fuegos fue condecorado como líder de la paz tras dejar claro que no intervendría militarmente en ningún caso, como quedó patente cuando se confirmó la utilización de armas químicas contra civiles. Pero aunque el Egeo todavía quede lejos del Río Grande, su resaca de muerte la acercará, como nos ha impactado y desnudado a los europeos frente a nuestra propia miseria. No podemos limitarnos a combatir los síntomas, el horror que nos impacte cuando los medios de comunicación así lo estimen: hay que actuar sobre la fuente de la enfermedad. Aunque para ellos tengamos que asumir nuestra propia cuota de sacrificio: en vidas, en recursos y en mentalizarnos que estamos en guerra, aunque hasta ahora hayamos centrado toda nuestra atención en nuestro propio ombligo.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad

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