Benjamín, antes que Marco Polo

LA PALABRA – Más de un siglo antes que las aventuras del viaje de Marco Polo a Oriente encandilaran a Europa, hubo un viajero sefardí que, saliendo incluso desde más lejos al oeste, recorrió el mundo buscando en su camino a los correligionarios allí dispersos. Por ello, no sólo precedió al conocimiento que sobre esa parte del planeta tenía el Viejo Continente, sino que también fue un pionero de la demografía, al recoger los principales datos acerca de las comunidades que encontró visitando 190 ciudades.

Muy poco es lo que se sabe de su vida personal, apenas aquello de lo que dejó constancia en su Libro de viajes, que algunos estiman que podrían haber durado 14 años a finales del siglo XII, mientras que otros hablan de apenas un lustro. De su descripción sabemos, sin lugar a dudas, que era de la localidad navarra de Tudela, la misma que vio nacer a otras luminarias judías, como el filósofo, médico y poeta hispano-hebreo Yehudá Halevi (que fallecería en Jerusalén a mediados del siglo XII cerca de los 70 años de edad) y, especialmente, el rabino Abraham Ibn Ezra (nacido en 1092 y fallecido en Castilla en 1167), que destacó como poeta, filósofo, gramático, cabalista, médico, matemático y astrónomo. Con todo este currículum, la mayor influencia que pudo tener sobre su vecino Benjamín fue el relato de su obligado éxodo por África, Egipto, Israel, Italia, Francia e Inglaterra al abandonar su tierra en torno a 1140 por la invasión de los almohades, la religiosamente intolerante dinastía que gobernó Al-Andalus, la península ibérica.

Benjamín nació aproximadamente en el 1130, por lo que habría convivido con los nuevos dominadores musulmanes, pero no sabemos qué lo empuja a lanzarse a la senda. Lo que está claro es que, a diferencia del famoso veneciano, no iba en busca de mercancías, ya que los judíos dominaban ya el comercio entre el mundo cristiano y el musulmán desde que comenzaron a enfrentarse en el siglo VII. Estos mercaderes, conocidos como radhanitas, usaban las antiguas rutas comerciales romanas, pero llegando hasta la India y China a través de Asia Central para suministrar -entre otros materiales- las esencias del incienso para el culto cristiano. Por el contrario, la ruta que abrió Marco Polo más que al clero y la nobleza, aspiraba a cubrir la demanda de la creciente y pujante burguesía europea, más orientada a los placeres que a la liturgia.

Polo volvió a casa cargado de objetos que vender, mientras que su predecesor judío sólo llevaba consigo la memoria recogida en su libro, conocimiento y ciencia crecida al andar. Sin duda podría haberse vuelto muy rico con sus nuevos contactos, pero prefirió engordar su saber antes que su bolsa. No lo busquéis en las enciclopedias de los grandes descubridores, sino entre las páginas no escritas de los espíritus curiosos de la geografía humana y de los reparadores del mundo, aquellos que salen a buscarse a sí mismos a través de sus semejantes lejanos. Esos que vale la pena recordar por su empresa y la trascendente humildad de sus hechos.

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad

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