Bobby Fischer (II): el joven prodigio americano

JAQUE A LA MENTE, CON RENÉ MAYER – Bobby Fischer no fue un niño prodigio del ajedrez al estilo de Capablanca, Reshevsky o Arturito Pomar, ya que hasta los trece años no comenzó a despuntar como un jugador de capacidad superior. Fue hijo de una enfermera suiza judía y de un físico de origen alemán, aunque es casi seguro que su padre biológico fuese otro físico, el húngaro judío Paul Nemenyi. Fischer aprendió a jugar ajedrez por sí mismo a la edad de 6 años,a partir de las instrucciones que venían en un estuche con diversos juegos que le regaló su hermana. Su afición por el ajedrez fue aumentando hasta llegar a la obsesión; su madre, preocupada, le llevó a la consulta de un psiquiatra pero la actitud del chico no varió. En enero de 1951, gracias a un anuncio en el periódico, Bobby participó en una sesión de simultáneas contra el maestro Max Pavey; esa fue su primera aparición pública como ajedrecista, y aunque perdió le sirvió para seguir esmerándose en ajedrez. A los 16 años abandonó sus estudios para centrarse únicamente en el ajedrez. Cuando tenía 17 años su madre le abandonó.

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