LA PALABRA – En pocos días, los judíos celebraremos un año más Purím, la única fiesta del calendario hebreo protagonizada por una mujer, cuyo relato bíblico no contiene ninguna mención divina y en la que el pueblo de Israel, en su conjunto, se salva por los pelos de un genocidio total. Fuera de la lectura de la Meguilá (rollo) de Esther, la tradición ha ido incorporando elementos, como el abucheo del nombre del malo (Hamán) cada vez que se pronuncia en la sinagoga. También hay una tradición culinaria que alude al mismo personaje, representaciones satíricas y musicalizadas de lo sucedido, y disfraces. Esto último, y la casi coincidencia en el calendario, ha llevado a muchos a tildar esta fecha de “carnaval judío”, aunque, a diferencia del cristiano, no tiene vinculación alguna con la Pascua.
Entre las expresiones de desenfreno típicas del carnaval en Europa, llama la atención la abundancia de referencias negativas hacia los judíos, como hemos podido apreciar estos días en la burda representación antisemita de una carroza de una ciudad belga (cuya celebración está considerada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO). Tampoco es raro ver gente disfrazada supuestamente “de judíos” en los muchos mercadillos medievales que suelen celebrarse en verano por toda la geografía española.
En hebreo la palabra disfraz se dice “tajpóset” y, sorprendentemente, ese nombre deriva de la palabra “lejapés”, buscar. Y con las mismas letras y orden, pero con otra pronunciación, se forma “jófesh”, libertad, como cuando se alude a la libertad de expresión u opinión. Esta semana de carnaval, una política secesionista catalana utilizó una frase de Ana Frank aludiendo a la libertad para asumir el disfraz de judía perseguida (rematado por el símbolo de las triples paréntesis en su perfil de Twitter). Es decir, el disfraz de judío sirve tanto para denigrar al distinto como para victimizarse a uno mismo.
En cuanto al vínculo del disfraz en hebreo con el verbo buscar, quizás se derive de la idea de que asumir la personalidad del otro sea un buen ejercicio para encontrar quiénes somos nosotros mismos. Posiblemente sea el mismo impulso psicológico que se esconde detrás de las máscaras del teatro clásico, cuyo nombre etrusco pasó al latín como “persona”. De ahí derivan no sólo el término personaje, sino la propia personalidad, que de algún modo es el disfraz que asumimos de forma cotidiana de cara a la sociedad. Pero entonces, ¿en Purím nos transformamos en otros o nos quitamos la máscara y mostramos quiénes somos realmente? Puede que, como parece indicar la raíz hebrea jet-pei-shin, la vida no sea otra cosa que la búsqueda del disfraz adecuado para sentirnos libres.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad