Callejones sin salida

LA PALABRA – En los últimos tiempos, especialmente en contextos políticos como la repetición de elecciones en Israel, las nuevas previstas en España, la separación del Reino Unido de la Unión Europea (Brexit), entre otros ejemplos, suele utilizarse la expresión “callejón sin salida”, que es una contradicción en sí misma. No se puede llegar allí sin haber entrado: aunque todas las otras libertades de movimiento estén bloqueadas, hay una vuelta atrás. Casi siempre. Porque muchas de las trampas constan justamente de un mecanismo que cierra la vía de acceso una vez estás dentro de la jaula. Pero, incluso en estos casos en que el bicho no tiene ninguna posibilidad de salir por cuenta propia, hay alguien fuera que sabe cómo sacarlo. Si estamos tentados de entrar en vías que no sabemos adónde conducen, convendría valernos de un hilo de Ariadna para desandar nuestros pasos, una vía de escape. Por frustrante que resulte avanzar hacia atrás, siempre resultará más útil e inteligente que empeñarnos en seguir atrapados en nuestras erróneas decisiones pasadas.

Muchos de los desastres colectivos de la humanidad tienen su punto de partida en trampas de ideas. Una vez dentro del laberinto, lo demás viene rodado, como el conductor de un coche atrapado en el barro que acelera con la intención de sacarlo, pero sólo consigue hundirlo cada vez más. Los procesos de reiteración de elecciones ante la incapacidad de formar una mayoría de gobierno son muestra de ello: los resultados varían muy poco y más por agotamiento de algún sector del electorado, que por un cambio real de la voluntad popular. Sería más práctico reconocer que nos equivocamos y dar marcha atrás a tiempo, que dejarnos las uñas arañando las paredes de la trampa. Pero somos animales gregarios y, pese a los discursos de las libertades individuales, delegamos la conducción de la manada en líderes que nos convencen de que ellos sí (o incluso que son los únicos que) saben cómo salir sin tener que reconocer nuestros errores originales. Es el mismo pensamiento mágico que anima muchas creencias, incluso religiosas, de que lo que tenemos que hacer es seguir por el mismo camino, pero con más ahínco, con más fe, delegando aún más parcelas de nuestra voluntad, hasta el mismísimo endiosamiento común a todos los profetas (etimológicamente, los que ven y dicen con anticipo) del totalitarismo.

Llegados a las orillas del mar, perseguidos por los temibles soldados de Faraón, Moisés le indica al pueblo de esclavos recién liberados que tengan fe, que las aguas se abrirán a su paso. Pero nadie se mueve hasta que Najshón salta y les demuestra la viabilidad del milagro. De haber sido el propio Moisés el primero, seguramente se habría ahorrado muchos disgustos y dudas sobre su liderazgo en los 40 años siguientes. Aunque en ese caso los estaba guiando fuera de la jaula en la que se habían metido siglos antes. Ahora también necesitamos líderes que sepan sacarnos de las trampas en las que nos hemos metido por creer en las promesas de falsos profetas.

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad

Scroll al inicio