LA PALABRA – En la escuela primaria nos enseñaron que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta. Años más tarde, en geometría nos explicaron que no siempre es así, que depende de la superficie sobre la que tracemos el camino, la línea geodésica puede presentar un aspecto muy distinto y retorcido. Y, en la vida real, la forma más corta de llegar a un objetivo resulta mucho más desconcertante. La mayoría de las veces, arribar a nuestra meta implica dar un enorme rodeo (díganselo si no a Moisés y los israelitas).
No se trata de una mera metáfora bíblica. Tomemos por ejemplo la Guerra Fría entre Estados Unidos y la extinta Unión Soviética: ¿qué impidió entre el inicio de las hostilidades (al final mismo de la Segunda Guerra Mundial) y la caída del Muro de Berlín 46 años después un enfrentamiento directo como “camino más corto” para acabarla? Respuesta: una escalada armamentística que aseguró una destrucción mutua total. Hoy día tampoco faltan ejemplos de lo enrevesados (que no inescrutables) que pueden ser los caminos de los colectivos humanos. ¿Quién hubiera apostado que el tono insultante y desafiante de Trump iba a llevar a un repliegue político en las intenciones norcoreanas de desarrollar armas nucleares?
Pero tampoco es que las recetas que funcionan en un caso sean los caminos más cortos para alcanzar buen puerto en otros. Después de dos años de intensas gestiones y la promesa de un “Acuerdo del siglo” para el conflicto de Israel y los palestinos, no tenemos la certeza de que éste siquiera se llegue a poner sobre una mesa (o, al menos, desvelarse públicamente). Las cosas no siempre funcionan según la mecánica social prevista. El enfrentamiento histórico del estado judío con sus vecinos no se ha solucionado devolviendo inmediatamente terrenos conquistados bélicamente (como en 1956, con el Sinaí egipcio), ofreciendo su devolución a cambio de paz (los tres “no” de la Liga Árabe reunida en Jartum en 1970), los Acuerdos de Oslo (de 1993) o la retirada unilateral (de Gaza en 2007). ¿Qué otra senda de solución cabe recorrer, aparte del suicidio nacional (como democracia o como hogar para los judíos del mundo)?
La exploración espacial hace tiempo que descubrió que, para llegar a Saturno, es mejor darse primero unas vueltas de aceleración en la Luna, Marte y Júpiter, aunque ello signifique alejarse de la línea más corta. Porque, como en la vida terrestre, el sitio al que pretendemos llegar tampoco está quieto esperándonos, sino trazando su propia andadura. Por ello no han funcionado ni funcionarán nunca los atajos y las soluciones simplistas que nos dicta el sentido común. Las luces que vemos en el cielo no brillan ahora, sino hace millones de años. Ya hace mucho que no están donde nuestros ojos las ven en línea recta. Resulta frustrante que el camino al final de la violencia esté regado de cadáveres (como la “pax europea” de los últimos 70 años, comparada con los siglos de sangre que la precedieron). ¿Asistiremos a algo similar en Medio Oriente? Seguramente que sí, aunque puede que nos queden todavía muchos planetas que circunvolar antes de llegar a destino.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
Caminos
Acuerdos de Paz, conflicto árabe-isaelí, Jorge Rozemblum, sociedad