LA PALABRA – En estos días hay en marcha una campaña publicitaria del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) que, de manera ingeniosa llama al final de su misión con el hashtag #cierraunicef. Si la gente (y los gobiernos) aportan sus donaciones podrá acabarse la mortalidad infantil, los niños tendrán acceso a una educación y sanidad dignas, estarán protegidos frente a los abusos y la explotación, y se garantizarán sus derechos. Ese día, nos prometen, ya no habrá necesidad de UNICEF y el organismo cerrará. Los objetivos no parecen tan claros con otras organizaciones de Naciones Unidas como UNRWA.
Esta institución nace de una resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas al final de la guerra que siete países de la Liga Árabe declararon al recién nacido Estado de Israel (creado en cumplimiento de una resolución del mismo organismo de noviembre de 1947). La Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo empezó a operar en mayo de 1950 para cubrir las necesidades de unos 750 mil desplazados (la gran mayoría voluntarios, tras la invitación de los ejércitos árabes para poder echar a los judíos y retornar en pocos días) que, por un “milagro” demográfico se han convertido a día de hoy en más de 5,7 millones de personas, violando la convención sobre refugiados de ACNUR, ya que el 40% de sus beneficiarios (unos dos millones de personas) son ciudadanos de pleno derecho en Jordania, Siria o Líbano.
Según un reciente estudio, los palestinos han recibido 25 veces más ayuda que la del famoso Plan Marshall que permitió reconstruir Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Uno puede tener la impresión, alimentada por los medios de comunicación, que el drama de esta gente no tiene parangón, pero convendría recordar que desde el tiempo de su fundación, nada menos que 50 millones de personas han sido desplazadas por conflictos armados y atendidos por ACNUR, pero los palestinos son los únicos que han recibido un tratamiento especial. ¿Quién paga su factura? Por ejemplo, en 2012 su presupuesto fue de 908 millones de dólares, el 71% de los cuales lo aportaron países occidentales (es decir, usted y yo). De los países musulmanes, el primero que aparece en la lista de donantes está en el puesto 15, Arabia Saudita. Otros, como Catar, no dieron ni un céntimo.
Cuando surgió el Movimiento para la Liberación de Palestina (años antes de la “ocupación” de territorios tras la Guerra de los Seis Días), su líder Arafat presionó a los gobiernos árabes para que dejaran de nacionalizar a los desplazados, y poder utilizarlos como rehenes. No hay nada que justifique que UNRWA siga existiendo, más que una agenda política anti-israelí (que ya sabemos lo que en realidad esconde). Que ACNUR se haga cargo de los refugiados y que obligue a las naciones que los acogen desde hace generaciones a darles los derechos que les correspondan como ciudadanos.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad