Costa Rica sefardí
LOS PASOS DE SEFARAD EN EL NUEVO MUNDO, CON DAVID ROSENTHAL – En 1575 se estableció el Cabildo en Cartago, Costa Rica, ciudad que llegaría a convertirse en un municipio. Para este Cabildo se requería de, al menos, diez varones mayores de trece años; esto es, sin duda, una alusión al minyán, es decir, el quórum de diez varones judíos mayores de trece años, que constituye la mínima cantidad de hombres necesarios para realizar actos religiosos dentro del judaísmo. A Costa Rica no llegaron los cazafortunas hispanos, ni de cualquier otra nación. No era un lugar atractivo para hacerse rico, pero sí para ocultarse de la temida Inquisición. Un lugar tranquilo y paradisiaco, situado entre el mar Caribe y el océano Pacifico. Asimismo, en Costa Rica se estableció el sistema minifundista y se asientan los primeros colonos a distancias considerables los unos de los otros, aislándose de sus vecinos. Además, no se irguió una iglesia católica desde el primer instante de la colonización como pasaba por lo general en los demás territorios de la colonia española. Durante dos siglos Costa Rica no tuvo ninguna forma de expresión religiosa, a pesar de ser un pueblo católico por definición.
En 1736 llegó a Costa Rica el Obispo de Nicaragua, y se percató que allí no existía catolicismo. Instó a que las autoridades españolas intervinieran, pero sin éxito. Se marchó a León y trajo un ejército. Los colonos fueron obligados a levantar un primer templo católico, al que pocos asistieron a causa del criptojudaísmo de la población. Entre un sinnúmero de tradiciones propias costarricenses, de los “ticos” como se les conoce, hay claros orígenes y paralelismos con el hebraísmo y su tradición. Y, en la tradición popular, está la leyenda de las «Brujas de Escazú»; que se remontaría a la posible permanencia de criptojudíos que practicaban el judaísmo en secreto en Escazú, “La Ciudad de las Brujas”, en el suroeste de San José –la capital–, donde arraiga la leyenda de que quienes vivían fuera de Costa Rica y allí llegaban se enteraban de que el viernes a la tarde todas las mujeres se apresuraban hacia sus casas, allí encendían velas, hacían “cosas raras” y decían ciertas palabras que no se entendían.