A FONDO – “Daniel Barenboim es una persona y un personaje icónico, mítico, amado por unos -afirma Alicia Perris– a la vez que cuestionado por otros tantos. Su trayectoria es apabullante, como músico, en su faceta de director de orquesta, escritor o pianista. Ha recorrido Maestro, un largo camino y Usted sigue adelante, dando muestra de un proyecto artístico y vital que trasciende las fronteras y no solo por sus varios pasaportes, sino también por lo que definió como un universo de “identidades múltiples”. El que busca la cercanía con el otro, la humanización del conflicto y la solidaridad.
Famoso por su carácter trashumante, tuvo un amigo, palestino, intelectual y literato, Edward Said, con el que creó la Orquesta West Eastern Divan que reúne a músicos jóvenes de Israel, países árabes y otras nacionalidades, porque haciendo música y conviviendo tal vez se pueda pensar en la Paz o porque, en todo caso, ser utópico es otra forma de vivir, de estar en el mundo y de construir senderos alternativos y viables.
Lleva la geografía del mundo en sus células, sus partituras y sus dos parejas, la primera de las cuales, Jacqueline du Pré fue una celista de primera magnitud, otra superdotada, fallecida prematuramente. Buena parte de su corazón se afinca y afianza siempre en Buenos Aires, donde vivió y vuelve siempre, como un peregrino, cada verano austral, para dar conciertos en el Teatro Colón, en medio de la Avenida 9 de julio o donde toque, muchas veces con su amiga de toda la vida, otra pianista de cuento, Martha Argerich.
Ibermúsica hizo posible este concierto en el Auditorio Nacional de Madrid, el 27 de noviembre pasado, donde el maestro hizo gala de una fortaleza psíquica y física de primer orden, tocando para un público muy indisciplinado que no paraba de toser (y lo reprendió dos veces) casi dos horas y media, dos Sonatas de Schubert, la Balada número 1 en Sol menor, op. 23 de Federico Chopin, un defensor de la patria polaca y de Franz Liszt, les Funérailles, en recuerdo de los patriotas (compatriotas) húngaros asesinados por el Imperio Austríaco en los levantamientos de 1848 y para terminar, como un encore “avant la lettre”, el Vals Mefisto. Por eso, tal vez, no hubo bises.
Le quedó tiempo para escribir varios libros: Mi vida en la música, paralelismos y paradojas, con Edward Said, El sonido es vida, el poder de la música; Diálogos sobre música y teatro. Tristán e Isolda con el dramaturgo francés ya desaparecido Patrice Chéreau (2008) y el más reciente, La música es un todo. Ética y estética, de 2012. Lo dicho, una leyenda”.