Darwinismo mental

LA PALABRA – Pocas teorías científicas han sido tan cuestionadas como la de la selección natural de Darwin. Una de las formas de intentar desacreditarla fue aplicar sus supuestos principios a otras áreas, por ejemplo, asignándole el falso principio de que “el pez grande se come al chico” (lo que nos hubiera llevado a un mundo de gigantes en la fauna y flora) y aplicándola a cuestiones que derivan de ideas irracionales, preconcebidas e interesadas. Así nació una seudociencia del darwinismo social que justificaba aberraciones racistas eugenésicas, cuya aplicación más estricta y maligna fue el holocausto judío.
Según los principios auténticos de Darwin, es decir la supervivencia y éxito reproductivo de los ejemplares que mejor se adaptan, podríamos trazar una evolución de las ideas. No tenemos que remontarnos mucho en el tiempo para descubrir tantísimas “especies mentales” extinguidas o en peligro de serlo, desde teorías económicas a sociales que han fracasado estrepitosamente y causado dolor y penurias a millones de habitantes sometidos a recetas incapaces de superar la prueba de su aplicación en la realidad. Por el contrario, hay unas pocas que han logrado sobrevivir siglos gracias, justamente, a su plasticidad adaptativa, es decir, su capacidad de amoldarse a nuevos escenarios sin perder su esencia. Quizás hayan adivinado que hablo del judaísmo.
Es muy probable que no fuese la primera visión monoteísta que surgió en el mundo, pero sí la que más ha logrado subsistir y llegar hasta nuestros días, tras superar catástrofes que la hubieran borrado de la memoria de la historia como a tantas otras. Sin duda, la más dura de las pruebas fue la necesidad de reinventarse tras la/s destrucción/es del Templo, ya que, originalmente, toda la liturgia (lo que consagra a una religión como tal y no sólo como creencia) estaba centralizada en una casta sacerdotal y unas prácticas de sacrificio pautadas y estrictas. Desde entonces, y debido a la dispersión, hubo que generar una nueva religión que, aunque basada en los mismos principios y texto bíblico, respondiera a una liturgia nueva. Hubo de ponerse en marcha una alfabetización general para gestar eruditos (rabinos) salidos de todos los estratos, y centros de culto cuyo único elemento sagrado era la palabra escrita (sinagogas).
La transformación (Darwin la llamaría mutación) fue tan radical que sirvió de principal marcador de la identidad comunitaria: aprendimos que sólo adaptándonos constantemente seríamos capaces de sobrevivir. Nos capacitamos para movernos entre las otras especies sociales (culturas), gracias a una adaptabilidad económica (que generó un arte del comercio a escala internacional) y lingüística (la capacidad de entender otras formas de pensamiento) insólita hasta entonces. Somos un “bicho” singular al que acechan múltiples depredadores incapaces de eliminarnos definitivamente, porque resultamos ser catalizadores esenciales de sus ecosistemas. Suena pretencioso, pero si se rasca un poco la pátina del tiempo, es imposible imaginarse cómo llegamos al mundo actual sin ese “pez pequeño” que aprendió a sobrevivir en toda circunstancia, con la única fuerza de la palabra, la memoria y el fruto del cerebro.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad

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