KOLOT: VOCES DE AYER Y DE HOY – Gnizá es el término hebreo para describir el depósito de libros sagrados inutilizables, que no pueden sin más arrojarse al fuego o a la basura ya que contienen el nombre de Dios. Por lo tanto, todos aquellos documentos que contengan sus nombres, o shemot, se almacenan bien en un altillo o sótano de una sinagoga, o pueden emparedarse o enterrarse junto con otros documentos. La gnizá más importante descubierta hasta la fecha (por los tesoros que encierra) es, sin duda, la de la sinagoga de Fustat (El Cairo), construida en 882 y que lleva el nombre del ilustre Abraham Ibn Ezra, científico, teólogo, poeta y viajero nacido en Tudela (o Toledo) en 1089 y muerto quizás en Calahorra en 1160 o 1167. Pasaron siglos hasta que en 1753 el poeta, editor de libros y viajero alemán Simon von Geldern fuera el primer testigo moderno de dicha genizah , como afirma en su libro de 1773 Los israelitas del Monte Horeb, aunque en realidad no llegó a examinar sus contenidos por la superstición de que una maldición caería sobre quien tocara las sagradas páginas allí contenidas. Un siglo más tarde, en 1864, el notario de la comunidad ashkenazí de Jerusalén, Jacob Saphir, volvió a visitar el sitio, pero tampoco se atrevió a revisarlo. Pese a la maldición, algunas de las páginas fueron robadas y vendidas a anticuarios europeos. A finales del siglo XIX Abraham Firkovich y Albert Harkavy consiguieron algunas de ellas en Rusia. Pero la historia cambió en 1896, cuando dos cristianos trajeron al profesor de talmud y literatura rabínica de la universidad de Cambridge, Salomón Schechter, algunas de dichas hojas. Pudo reconocer en ellas el original hebreo del Eclesiastés de Ben Sira, libro bíblico del que hasta entonces sólo existía la traducción cristiana al griego, pero ningún original en hebreo. Schechter dirigió una expedición a El Cairo consiguiendo sacar miles de páginas de la gnizá (que se preservaron gracias a la oscuridad y sequedad del ámbito donde se conservaron) y llevarlas a Cambridge.
A principios de los años 60, Norman Golb, a la sazón profesor de historia y civilización judía en el instituto Ludwig Rosenberger, formó parte de la comitiva que viajó a El Cairo para devolver los documentos medievales alojados desde finales del siglo XIX en Cambridge. Mientras revisaba en 1965 el material a devolver con lupa y luz ultravioleta descubrió la que sería la primera pieza musical en hebreo con notación musical de la historia, dentro del catálogo de obras adquiridas por el Seminario Teológico Judío de América, y reconoció la caligrafía de quien firmaba “escrito por su propia mano” como la de Obadia el Prosélito. ¿Quién fue este singular personaje histórico? Se trata de un monje cristiano de nombre Johannes, nacido posiblemente hacia el 1070 en Oppido Lucano, al sur de Italia, hijo de Dreux, un noble normando que conquistó el sur de Italia, y hermano gemelo de Rogier, caballero combatiente y heredero del castillo familiar. Johannes estudiaba la Biblia cuando un día tuvo un sueño místico y revelador: que los judíos eran los más fieles seguidores de la palabra divina. Johannes conocía la historia del arzobispo italiano Andreas de Bari, convertido al judaísmo, lo que le obligó a huir a Constantinopla para librarse de la ira de sus antiguos correligionarios. Johannes se convirtió en 1102, adoptando el nombre hebreo de Obadia (un nombre reservado a los prosélitos o convertidos al judaísmo, dado que se cree que el profeta bíblico de ese nombre era originalmente un edomita, es decir, un cristiano. Por cierto, es en su libro justamente donde aparece por primera y única vez en la Biblia el nombre de Sefarad). Obadia recorrió las comunidades judías de Oriente Próximo, desde Siria a Bagdad (donde aprendió hebreo junto a los niños de la escuela), viajando ocasionalmente a El Cairo, donde se ganó el respeto de la gran comunidad de dicha ciudad. Fue testigo de la primera Cruzada, quedando impresionado de la heroicidad de los judíos frente a las huestes cristianas. Murió en 1140. Pero atención: no debe confundirse con el otro Obadia el Prosélito que vivió más tarde y mantuvo correspondencia con Maimónides.
Las crónicas del monje converso describen batallas de cruzados y el sufrimiento de las poblaciones sitiadas por ellos, así como relata las primeras leyes discriminatorias impuestas a los judíos de Adén (Arabia), como el uso de ropas distintivas. Conoció al menos tres falsos mesías, lo que evidencia, sin duda, el grado de desesperación de los judíos entonces. Pero si por algo se le recuerda es por haber sido el primero en utilizar un sistema de notación musical (que aprendió como parte de su formación eclesiástica) para hacernos llegar una serie de poemas paralitúrgicos cantados en la sinagoga. De su mano se conservan tres melodías. La primera, “Mi al har Horeb”, también conocida como “Elogio de Moisés”, mientras que los otros dos temas anotados por son “Va edá má” y “Baruj haguever”, que es el versículo 17:7 del libro de Jeremías.