Derecha, izquierda, dentro y fuera

LA PALABRA – Hace décadas que la política sufre una profunda crisis de identidad. A la izquierda le cuesta encontrar el camino a casa tras el derrumbe del mayor experimento social que significó el comunismo. Y la derecha, a la que le llevó mucho tiempo y esfuerzo desligarse del peso histórico de algunos regímenes totalitarios, nota cómo el suelo se mueve bajo sus pies ante el retorno de actitudes que se daban por superadas y que califican de extremas. A la derecha y la izquierda democráticas y moderadas les cuesta ahora mostrar diferencias fundamentales para fidelizar a sus seguidores. Pero en un estado condicionado desde el minuto inicial por la seguridad, como Israel, la lateralidad resulta aún más compleja y enmarañada.
A diferencia de otros países desarrollados, la principal controversia entre la derecha y la izquierda en Israel no pasa por la economía, sino por dónde se establecen los límites de la paciencia para una paz definitiva con los vecinos árabes y, principalmente, palestinos. Hay asuntos tan espinosos como la llamada “solución de dos estados para dos pueblos” que se ha venido intentando (y fracasando reiteradamente) al menos desde 1937 bajo Mandato Británico, y que apoya mayoritariamente el electorado. Los tratados de paz que se han conseguido desde entonces (con Egipto y Jordania) y los acercamiento no oficiales (por ejemplo, con Arabia Saudita) se han logrado bajo gobiernos de derecha por la simple razón que esas mismas propuestas hubieran sido rechazadas de plano si éstos hubieran estado en la oposición. Para la mayoría de los israelíes, la firma de líderes que reclaman la mayor seguridad es una garantía añadida que no encuentran entre los más pacifistas. Aquel que se muestra más exigente resulta el mejor candidato para negociar un asunto vital por definición.
La izquierda israelí, por su parte, no puede apartarse de sus principios de manos abiertas y acercamiento proactivo al enemigo, pero se ha venido topando con las barreras infranqueables de los fundamentalistas del otro lado: no hay partido, por muy a la izquierda que se posicione, que no vea en Hamás y Hezbolá dos amenazas directas a la integridad física propia y de su familia. Seguramente se les revuelva el estómago al ver a los francotiradores apostados en la valla de Gaza, pero saben exactamente lo que ocurriría si no estuvieran haciendo esa labor tan ingrata que, a los ojos de muchos colegas de partidos equivalentes del mundo, es descrita con términos como masacre, genocidio y otras banalizaciones del mal. No tienen que imaginarlo: lo han visto, cuando no sufrido en sus propias carnes o progenie.
Desde fuera todo se ve muy distinto, como una entrega en capítulos de una misma mentira que, a base de repetirla, se ha convertido en “evidencia”: los judíos israelíes son los malos de la película. La mecánica que ahora se conoce popularmente como “fake news” (falsas noticias) se ha consolidado – con el paso del tiempo, la militancia ideológica de los que deciden los titulares, el filtrado, manipulación y reiteración de la información – en una “fake history” (historia falseada). Han conseguido colocarle al mundo unas gafas especiales, sólo para este conflicto (como la agencia de refugiados ad-hoc y otros cientos de inventos anti-israelíes), que han deformado la mirada desde fuera tanto a las derechas como a las izquierdas del mundo en general. Por eso la derecha israelí es cada vez más respaldada por un país que, incomprensiblemente, es puntero en ciencias, artes y pensamiento. Como dicen los “antisemitas positivos”: siendo los judíos tan inteligentes, ¿cómo no ven el mal que provocan? Porque el eje principal para entender lo que allí ocurre no pasa por estar a uno u otro lado, arriba o abajo, sino fuera o viviendo el dolor propio y el que se ven obligados a causar para defenderse. Desde dentro.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad

Scroll al inicio