“Dios existe, yo me lo encontré”, de André Frossard

METAESCRITURA DE LA SHOÁ, CON JAVIER FERNÁNDEZ APARICIO – Testigo y víctima de los nazis André Frossard es un personaje tan curioso como peculiar. Conocemos su biografía y su obra gracias al ensayo de Fernández Aparicio,  André Frossard: “Dios existe, yo me lo encontré” 

En castellano se hizo una edición en 1970, (Rialp) con prólogo de José María Pemán y traducción de José María Carrascal Muñoz (no el periodista) y epílogo de Juan José López Ibor, psiquiatra famoso durante el franquismo. La edición de 2023 elimina a Pemán y López Ibor, aunque el prólogo toma el argumento del primero: es un relato de una epifanía, de una caída paulina del caballo de un francés judío y ateo, André Frossard, que creyó en el Dios cristiano tras una breve instancia en una iglesia. Algunos dirían que sufrió el síndrome de Stendhal, un ataque psicosomático causado cuando un individuo es expuesto a una emoción intensa, especialmente en el descubrimiento de algo.

Argumento

Lo que nos interesa del libro es su carácter autobiográfico, más que la historia de la conversión de Frossard, ¿por qué? André era hijo de Ludovic-Oscar Frossard, francés de origen judío y uno de los fundadores del Partido Comunista Francés en 1921. De hecho, fue su líder durante 31 años. Una personalidad reconocida por su izquierdismo, compromiso social y ateísmo. Por su parte, la madre de André no le iba a la zaga, puesto que provenía del protestantismo, pero como su marido, era fervientemente atea. Por lo tanto, su educación iba encaminada a convertirse en un comunista convencido en una Francia donde la lucha política era encarnizada (de hecho, la claudicación ante el nazismo probó la amplia implantación del fascismo en la sociedad francesa, con fenómenos como el colaboracionismo de Vichy y el antisemitismo que llevó a la deportación de decenas de miles de judíos, muchas veces más allá de las órdenes alemanas). Sin embargo, André tuvo otra conversión: al catolicismo en una iglesia de París, esperando a un encuentro con otro camarada.

“Dios existe, yo me lo encontré” es la historia de esa conversión, su justificación basada en la epifanía: “habiendo entrado en una capilla del barrio Latino… escéptico y ateo de extrema izquierda, y aún más que escéptico y todavía más que ateo, volví a salir, algunos minutos más tarde, católico, apostólico y romano”. Pero también es la autobiografía que nos muestra la vida y activismo de la comunidad francesa de origen judío en los años 20 y 30 laica y de tendencia izquierdista, así como el destino final para muchos de ellos, evidenciando otra premisa de la Shoá: es el antisemita quien define quién es judío, lo que viene marcado -a su entender- por la raza independientemente de otros elementos como el religioso. Son las Leyes de Nuremberg. Nazis y colaboracionistas detuvieron, impusieron medidas antisemitas, deportaron y asesinaron a la población judía sin importar su posición religiosa, política, integración, etc… Frossard pasaría por una terrible prisión para judíos, la de Montluc en Lyon, lugar de paso, si sobrevivían, al campo de exterminio.

La vida de Frossard en el libro

Nacido en 1915 en el pueblo de Colombier-Chatelot, en la Lorena (frontera con Alemania), casi una aldea rural y “la única de Francia en la que había una sinagoga y no iglesia”. André recordaba esa dicotomía dentro de la próspera comunidad judía, establecida allí en tiempos medievales, entre creyentes, aunque “su religión parecía hecha de observancias jurídicas y morales más que de ejercicios de piedad”, y laicos o como él define a su familia, “republicanos del rojo más subido”, aunque concluye: “para un judío, ser judío y creer todo es uno, y no podría negar a su Dios sin negarse a sí mismo”. Respecto a los cristianos, cada comunidad hacia su vida y guardaba sus festividades sin problemas, aunque André les llama “los negros” (opuestos a los rojos…).

La familia educó a André en la ideología izquierdista y atea, su abuelo, obrero, había sido republicano radical a finales del XIX, casado sorprendentemente con su abuela, una joven adinerada de familia judía acomodada pero que se había enamorado de aquél. Ya hemos hablado de sus padres. Le criaron pues, como ateo, aunque la familia celebraba algunas fiestas como la Navidad, “una Navidad amnésica que conmemoraba la fiesta de nadie” (parece escrito hoy). Respecto a la comunidad judía, recuerda que tanto los ateístas, como la familia de André, como los piadosos, votaban a las izquierdas para garantizar sus derechos en un ambiente general antisemita, recordemos el caso Dreyfuss y que Francia fue cuna del antisemitismo moderno.

Siendo muy niño, la familia se trasladó a París cuando Ludovic-Oscar fue nombrado secretario general del Partido Comunista y André siguió educándose con un libro, “Pedrito se hará socialista”, entre retratos y obras de Marx y Jaurès, mientas la familia hacía peregrinaciones al muro de los federados, donde asesinaron a los comuneros en 1871, y Ludovic-Oscar visitaba el Moscú bolchevique. Ante la falta de actitudes para el estudio, sus padres trataron de introducirle en la carrera política y como colaborador en publicaciones izquierdistas, pero donde tampoco es constante. A los 20 años de edad, se convirtió al catolicismo en la citada epifanía y tras tener visión sobre “un mundo distinto, de un resplandor y una densidad que arrinconan al nuestro a las sombras”. Se bautizó en julio de 1935, pero sus padres lo mandaron al médico, que diagnosticó que la conversión sería algo pasajero: “era la gracia, dijo, un efecto de la gracia y nada más, no había de qué inquietarse”. La gracia como una enfermedad temporal. Con todo, la prensa de ultraderecha aireó la noticia del bautizo del hijo del secretario general del Partido Comunista, Ludovic-Oscar no sabía lo del bautizo y le retiró la palabra durante un tiempo. Su madre y hermana también se convertirían al catolicismo con el paso del tiempo. 

 André Frossard en la Shoá

Un año después, en 1935, se incorporó a la Armada francesa y llegó a ser oficial de Estado Mayor de la misma. Desmovilizado tras la derrota ante los alemanes en febrero de 1941, pasó a la resistencia, hasta que fue arrestado en Lyon por la Gestapo de Klaus Barbie a finales de 1943, torturado e internado en un barracón exclusivo para judíos en la siniestra prisión de Montluc. Allí, la Gestapo montó un centro de interrogatorio y campo de internamiento previo al traslado a los campos de exterminio de los judíos. Se estima que más de 15.000 presos pasaron por allí y más de 900 fueron asesinados. A mediados de agosto de 1944, algunos fueron llevados al aeródromo de Bron donde asesinarían a 109, 72 de ellos judíos, días después, el 20 de agosto, otros 120 prisioneros fueron llevados y asesinados en Saint Genis Laval, 100 de ellos judíos. Cuando cuatro días después, la prisión fue liberada, André era uno de los siete supervivientes del “barracón de judíos” y se reincorporó ya en el Ejército de la Francia Libre. Escribe sobre la “gran matanza de judíos” ya en el invierno de 1944, en “La casa de los rehenes”, escrito aquel año tras ser liberado (no hay traducción al español), un primer testimonio sobre lo que estaba ocurriendo con los prisioneros de Montluc, pero en especial los judíos: “Los alemanes dispersaban a las familias con el propósito de deportarlas, no tuvieron la crueldad de separar los bacilos”.

Tras la guerra, tuvo que asistir al ostracismo al que se sometió a su padre, Ludovic-Oscar, pues en 1940 rechazó un ofrecimiento de Pétain para participar en el gobierno de Vichy, pero trabajó como periodista en algunos medios vinculados al régimen, circunstancia por la que fue juzgado por colaboracionismo y absuelto, falleciendo al poco, a principios de 1946. André trabajó como periodista y escritor, siendo redactor jefe del semanario “Tiempos presentes”, “La Aurora” y “El Nuevo Cándido”, además de articulista habitual en Le Figaro. También decidió vivir a caballo entre París y Rávena, que lo eligió ciudadano honorario en 1986. Académico de la Academia Francesa en 1987, escribió varios libros casi siempre de inspiración religiosa, como este “Dios existe” o una biografía de otra víctima del nazismo, el padre Maximilan Kolbe. Amigo personal de Juan Pablo II, le otorgó una de las más altas recompensas vaticanas, la Gran Cruz de la Orden de Pío IX, en 1990, precisamente año en que le fue concedido el Premio Memoria de la Shoá por su testimonio, ¿cuál?

En 1987, durante el juicio de Klaus Barbie en Lyon, Frossard declaró,como testigo y superviviente, donde dijo que debió su salvación solo a la “negociación racial” con los nazis para convencerles de que “solo”, entre comillas, tenía tres cuartas partes de ascendencia judía. Lo relata en su “El crimen contra la humanidad” (1988, no traducido al español), acusando a Barbie de crimen contra la paz, crimen de guerra y crimen contra la humanidad, a su juicio el más difícil de definir. Es una obra dirigida a los jóvenes para preguntarse ¿Cómo te conviertes en un Barbie?: “Es muy sencillo, te conviertes en Barbie cuando te unes a un sistema totalitario, ya sea nazi o estalinista”, ¿puede volver a suceder? “Desgraciadamente, la respuesta es sí. Niños, estén atentos, niños, tengan cuidado”.

Andrè Frossard falleció en Versalles en 1995.

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