LA PALABRA – Las llamadas neuronas espejo reflejan el comportamiento del otro, como si el observador estuviera él mismo realizando la acción. De manera análoga, dicho proceso de copiar, imitar, sentir y actuar también se da de forma colectiva en la interpretación de lo sobrenatural. Por ejemplo, distintas antiguas tradiciones religiosas surgidas en Oriente Medio adoran dioses cuyo carácter copia e imita (y, según la tradición, siente y actúa) según las pautas culturales de los grupos humanos que los veneran. Es decir, elevan su civilización a la categoría de divinidad, generalmente inmortal y, por ende, eterna. Pese a ello (o justamente por esa razón) hay religiones distintas, incluso cuando condensan su adoración a una única entidad, llegando al caso de poner delante del espejo una lente que la transforma en algo muy distinto de la imagen original.
El ejemplo más palpable es la transformación de los atributos divinos del monoteísmo desde el judaísmo bíblico, al cristianismo y al islam, en el que apreciamos como el “dios de los ejércitos” hebreo, que juzga, condena y castiga con extrema dureza (expulsión del Edén, destierro de Caín, diluvio universal, destrucción de Sodoma y Gomorra, hacedor de plagas para los egipcios, etc.) se transforma en padre del mensajero del amor, la bondad y el sacrificio, para luego virar en portador de la verdad absoluta, caiga quien caiga. Por resumirlo en un concepto, el que se supone es el mismo dios, en el judaísmo persigue la justicia basándose en las acciones, mientras que en el cristianismo su objetivo es el sacrificio basado en la conciencia interior, y para los musulmanes es la entrega total en pos de la verdad revelada. No es de extrañar entonces que adorando al que se supone un mismo dios, la historia nos refiera enfrentamientos casi constantes, ya que, en definitiva son choques de civilizaciones, no muy distintos a los que se dieron entre potencias paganas politeístas: la victoria de Júpiter sobre Zeus, no es sino la de Roma sobre Grecia.
Un aspecto llamativo, no obstante, es que, si bien el islam surge en la península arábiga, el cristianismo nace en la propia Judea, por lo que la tradición que la sustenta tendría que ser la misma del judaísmo. Siendo, no obstante, algo laxos con las fechas, la religión cristiana surge justamente a partir de la debacle del judaísmo original (que entraña un ritual detallado en las escrituras, imposible de llevarse a cabo tras la destrucción del Templo y la propia ciudad de Jerusalén en el año 70). El judaísmo tardará un par de siglos en reconstruirse y reinventarse a través del Talmúd y la jerarquía rabínica, en paralelo con el proceso de otra forma de “nuevo judaísmo” centrado en Jesús, que refleja no ya las tradiciones y cultura originales de los antepasados israelitas, sino la nueva situación, como perseguidos de Roma y obligados a recurrir (por la propia condición clandestina) más a las palabras y pensamientos que a los hechos y la exigencia de justicia. Unos dioses que, aunque inmortales, se forjaban con las cualidades más relevantes y admiradas de quienes los encumbraron, como espejos de su alma colectiva.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad