Dos mil quince
LA PALABRA – 2015 es un año sin glamour apocalíptico. Eso no nos asegura que el final de los tiempos no ocurra la semana próxima, simplemente que no nos lo presenta con la parafernalia a la que la literatura fantástica primero y el cine, mucho después, nos ha venido acostumbrando, prácticamente desde el famoso y denostado año Mil de la Era Cristiana, que no fue precisamente la mejor cosecha de Europa, pero tampoco la peor, sabiendo lo que la historia nos contó a posteriori.
2015 no tiene belleza numérica, simetrías evidentes u ocultas y tiene la gran desventaja de la escasa imagen catastrofista de profecías pasadas y cercanas, como el Efecto Año Dos Mil, el final del Calendario Maya en 2012, o la gemetría del 5744 hebreo (HaTaSHMaD, el exterminio) que coincidía con el “1984” de Orwell. ¿Qué mensajes simbólicos nos trae el 2015? ¿Por qué no se nos revelan?
La verdad es que jugar a la videncia es tan divertido como inútil. ¿Quién vio venir al Daesh y su orgía de decapitaciones? ¿Qué experto vaticinó la llegada a Occidente del ébola y quién de entre ellos el final tan poco mediático de la pandemia (aquí, no en África)? Sin ir más lejos en el tiempo, ¿quién además de Netanyahu anticipó la crisis de gobierno en Israel o el reencuentro de EE.UU. y Cuba? Lo que resulta evidente es que, a pesar de los avances científicos y tecnológicos que hoy nos permiten predecir lo que hasta hace pocas décadas era incalculable (como la evolución meteorológica a varios días vista), la acción e interacción humanas escapan totalmente a nuestro control y conocimiento. De forma análoga a que sabemos mucho más de las estrellas más lejanas que del interior de nuestro propio planeta, nos acercamos a increíbles niveles de predicción de la naturaleza y el mundo físico, pero seguimos tercamente ciegos y sordos a lo que esconden nuestras almas y voluntades, más allá del lenguaje verbal.
2015 es un número y una fecha como cualquier otra para que cambie todo, sólo un parte o prácticamente nada. ¿Cómo notaremos más la evolución: por una diferencia en nuestra situación individual o por una alteración colectiva? Hay gente que, como aquel refrán chino, aprovecha las crisis como oportunidades. Hay gente que se crece justamente frente a la adversidad. Y la hay que, habiendo nacido en el sitio adecuado en el momento propicio, lleva una vida insulsa y destructiva. La clave, para el 2015 como para los años con números más “significativos”, está en lo que los teólogos llaman libre albedrío: la suerte no está escrita, sino que la redactamos con nuestros actos y omisiones.
Nadie puede asegurarnos que una conducta ética, por ejemplo, se vea premiada (al menos en esta “reencarnación”, según algunas religiones), ni que los inmorales sean castigados por alguna voluntad superior. Es justamente la ausencia total de certezas la que debe empujarnos a actuar como si cada día fuera el último del mundo, como si cada ser fuera un reflejo de nosotros mismos, como si la verdad fuera tan real como el horizonte: evidente aunque inalcanzable.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad