FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD – Guion y fotografía: Tomás Lipgot; montaje: Leandro Tolchinsky, investigación: Eva Puente, y animación: Pablo Calculli.
Jack Fuchs sobrevivió al Holocausto y vive en Buenos Aires desde 1963. De rostro sereno, tono distendido y humor inteligente; a los quince años los nazis lo encerraron junto a toda su familia en el gueto de Lodtz (Polonia), su ciudad natal. En 1944 fue deportado a Auschwitz, último lugar en el que vio a sus padres y hermanos. Posteriormente fue seleccionado para realizar trabajos forzados en el campo de Dachau, donde permaneció hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. En 1993, Fuchs fue entrevistado por la fundación de Steven Spielberg, que registró a los sobrevivientes del Holocausto. Desde entonces y a pesar del dolor, Fuchs rompió el silencio y se dedicó intensivamente a la difusión de la Shoá en numerosas instituciones, escuelas y universidades en varias ciudades del país. Escribió los libros Tiempo de Recordar (1995, Editorial Milá) y Dilemas de la Memoria (2006, Editorial Norma).
Utilizando la animación e imágenes filmadas en Lodtz por el propio Fuchs, el film realiza el retrato de un sobreviviente del genocidio nazi que, a sus casi 90 años, sorprende por su lucidez, su encanto y su sentido del humor. A través de las palabras del protagonista cobran vida sus recuerdos de aquellos años. El documental nació a partir del libro El árbol de la muralla, que la psicoanalista y poeta Eva Puente escribió luego de incontables horas de conversación con Fuchs. La autora recogió sus palabras, y lo acompañó a Polonia, para recorrer los campos de concentración en los que estuvo encarcelado.
Lejos de quedarse sólo con estas imágenes, Lipgot muestra a Fuchs en su vida cotidiana, siempre de buen humor. El film permite una enorme reflexión acerca de este hombre de una gran calidez, que nos regala una lección de vida y dignidad. Es el retrato de alguien que supo transformar el dolor en optimismo y ternura. “Primero vino la palabra”, es lo primero que dice Jack Fuchs a cámara, citando a la Biblia, aunque más tarde no tendrá ningún reparo en aclarar que jamás creyó en Dios. “En el caso de la Shoá, primero fue el hecho. Por eso, después de la guerra nosotros no podíamos hablar de la Shoá, porque no sabíamos qué nombre darle”. Aunque en verdad, y tal como él mismo reconoce, le llevó bastante más que “después de la guerra” hablar de su condición de sobreviviente de los campos de exterminio nazi. Le llevó cuarenta años, después no dejó de hacerlo.
Con un gran sentido del humor: “no es la primera que estoy en Auschwitz, es la segunda”, dice acerca de su viaje al campo de exterminio, “la diferencia es que la vez anterior no tuve que pagar para entrar”, la cordialidad: “¿quieren tomar algo, un tecito?”, les pregunta a los miembros del equipo de filmación, algo de idische tatele: “¿seguro que no quieren comer nada?”. Documental protagonizado por alguien a quien, con cuarenta años de residencia en la Argentina, el castellano todavía le cuesta. Con un acento y una gramática que parecen como si hubiera llegado hace poco, a Fuchs cada tanto se le olvida alguna palabra y tiene que decirla en polaco. O prefiere, en una ocasión formal – como cuando lo nombran Personalidad Destacada en Derechos Humanos – que sea otro, su nieta Florencia quien lea su texto.
También incluye encuentros y conversaciones con amigos, como su charla con Diana Wang, hija de sobreviviente: “me gusta hablar con vos, porque como hija de sobreviviente, yo tengo un poco la idea de que en el principio fue la Shoá, como si antes de eso no hubiera habido nada”. “Pura tragedia, muerte, exterminio. Pero vos me traes una imagen viva, pujante, vibrante, de cómo era la vida en Polonia”. Podemos ser testigos de sus charlas impartidas en institutos, en las que Fuchs les recuerda que “cada persona que escucha un testimonio de la Shoá se convierte en un testigo”, porque llegará el día en que ya no queden sobrevivientes.
Fuchs es generoso, no pretende ser el propietario exclusivo de la verdad ni de la tragedia: “asociar el nazismo exclusivamente con la destrucción de los judíos es cometer dramáticas omisiones, que nos perjudican a todos”, recuerda en un texto. “Entre las víctimas del nazismo estuvieron los opositores políticos, las personas con discapacidad, los testigos de Jehová, los homosexuales, los ciudadanos polacos, los gitanos…”. Tan generoso, que reconoce que se sigue “autocensurando”, filtrando los recuerdos, para que al interlocutor el relato no le resulte intolerable.
En el documental en ningún momento relata abiertamente los horrores que ha sufrido, a veces sólo basta una afirmación: “si la guerra duraba dos días más, yo no sobrevivía”, para tener una noción del sufrimiento. Fuchs sobrevivió y es consciente de la maldad que puede encontrarse en la naturaleza humana: “por algo el primer mandamiento dice ‘No matarás’, ¿no? Quiere decir que la gente se mata”.
Es un documental imprescindible, realizado con gran sensibilidad y respeto, que nos permite, además de escuchar el testimonio de un sobreviviente, verlo en su vida cotidiana, compartir sus recuerdos, sus reflexiones y su postura frente a la vida. Un retrato de un hombre admirable: inteligente, tierno y profundamente comprometido.
En una entrevista realizada por la Revista Ñ del diario argentino Clarín en febrero de 2013 sobre el documental, Tomás Lipgot comentaba sobre Fuchs y el documental: “ésta es la primera película que hago sobre el Holocausto, que no surgió inicialmente de un deseo propio. Eva Puente, la escritora del libro que lleva el mismo título que la película, me insistió en que conociera a Jack Fuchs ya que, según ella, tenía la impronta de los personajes a los que suelo retratar en mis documentales. A decir verdad, no tenía intenciones de hacer un filme sobre un sobreviviente del Holocausto. Me parecía una temática compleja, inabordable. Sin embargo, apenas conocí a Jack, me apropié del deseo de hacer la película porque es un ser humano excepcional. Y no solamente por ser historia viva. Es lo más parecido a un sabio que he conocido. A todos los que lo tratamos nos sucede algo de lo más extraño cuando lo visitamos: salimos de su casa con una alegría y vitalidad que nos descoloca. El sentido común dice que uno no debería salir con semejante estado emocional luego de visitar a un sobreviviente de Auschwitz. Es que cuesta creer que Jack, que jamás se victimiza, haya sufrido los peores horrores que un ser humano se pueda imaginar durante la Segunda Guerra Mundial”.