LA PALABRA – El hebreo es y ha sido uno de los principales elementos aglutinadores del pueblo judío, incluso para gente (como la mayoría de las mujeres durante muchos siglos) que no eran instruidas en su uso. Para los creyentes más ortodoxos es la lengua de la creación, de allí el interés en descifrar cada uno de los mensajes ocultos a la apariencia que implica la kabalá: la palabra divina se construye con el propio vehículo. Cuando los judíos se dispersaron entre las naciones, el hebreo quedó confinado por siglos al uso litúrgico hasta que mil años después, la Edad Dorada de Sefarad lo resucitara no ya para la comunicación o el rezo, sino para el arte, creando no sólo poesía religiosa sino también profana y hasta hedonista, siguiendo el modelo del árabe.
El hebreo quedó relegado casi mil años más, hasta que la idea del renacimiento como nación tomó cuerpo entre los judíos. Los primeros inmigrantes de la era sionista moderna a la Palestina otomana se esforzaron por cultivarse en una lengua que necesitaba renombrar los últimos dos milenios. Pioneros como Ben Yehuda demostraron que era posible entenderse en esa lengua en pleno siglo XX. Un idioma que se basa en un mecanismo tremendamente eficaz y sencillo de raíces de tres letras a partir de las 22 de su universo. Matemáticamente eso se expresa como 223, es decir, 10.648 combinaciones, cada una de ellas susceptible de convertirse en uno o varios sustantivos, adjetivos, verbos o adverbios. Sin duda es una cantidad más que suficiente para dar respuesta no sólo a las necesidades comunicacionales del momento, sino también de las que vayan surgiendo con el paso del tiempo.
Por ello, llama poderosamente la atención cuando una misma raíz hebrea adquiere varios significados aparentemente inconexos. Tomemos por caso la combinación alef – mem – nun. A partir de ella pueden construirse tres significados distintos y todas sus derivaciones: 1) fe, creencia, amén, fiabilidad, etc.; 2) arte, artesano, experto, destreza, etc.; y 3) ejercicio, práctica, maniobra. ¿Casualidad o existe una raíz de raíces, un significado común que ya no es obvio como lo fue en algún momento? Quizás existe un nexo entre la creencia y la práctica, lo que modernamente llamaríamos liturgia o mejor, que la fe surge justamente de “trabajar lo sagrado” (en hebreo, “avodat hakodesh”): en definitiva que el que “así sea” del amén implica “así lo hago”. En cuanto al arte, seguramente también está (al menos en su concepto hebreo) más ligado a la acción que a la idea, a maniobras y ejercicios que deberían reflejar no la realidad misma sino la creencia en un mundo “arreglado” (tikún olam), mejor dispuesto. Un objetivo vital que, en otro idioma, podríamos definir como el arte de ejercitar la fe (en hebreo, omanut imún ha-emuná).
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad