“El caballo de hierro”, de John Ford y producida por William Fox (1924)

SHÉKET: JUDÍOS EN EL CINE MUDO, CON MIGUEL PÉREZ –

Si ‘El Acorazado Potemkin’ puede considerarse una obra cumbre del cine revolucionario soviético de Eisenstein, ‘El caballo de hierro’ supone el paroxismo visual del universo temático de John Ford. Con esta película de 1924 nace la épica del western que más tarde engrandecería el mismo director con actores de la talla de John Wayne, entre otros, y títulos impresionantes como ‘La diligencia’, ‘El hombre que mató a Liberty Valance’ y ‘Centauros del desierto’.

De ‘El caballo de hierro’, que en su día supuso todo un hito por su grandilocuencia, puede decirse que es la gran novela americana sobre la conquista del Oeste. Reúne todos y cada uno de los estilos y argumentos que luego continuarán desarrollándose y ensanchándose en el género más popular del celuloide con permiso de la comedia: lo que en la infancia denominábamos películas de vaqueros. ‘The Iron Horse’ supone, por otra parte, la mejor oportunidad para adentrarse en una de las facetas menos conocidas del inmortal director estadounidense que sólo aspiraba a ser recordado como «el hombre que simplemente hacía western»: su paso por el cine mudo, del que apenas queda constancia física, aunque sí bibliográfica, empezando por las propias memorias del cineasta.

Para situarnos, Ford rodó ‘The Iron Horse’ a los treinta años, pero antes había hecho ya decenas de cortometrajes, muchos de ellos perdidos y otros que pueden despistar al espectador pues los firmaba con el seudónimo de Jack Ford. Su paso de los estudios Universal a Fox resultó crucial en su desarrollo profesional. Dejó las producciones modestas de sus comienzos por otras de mayor ambición donde desplegó las claves del universo ‘fordiano’.
También soplaron a su favor los vientos que corrían por aquel entonces en el emergente Hollywood. Los western daban buenos resultados en taquilla y los productores comenzaron a fijarse en ellos como un género dentro del cine de aventuras muy rentable y que además ofrecía grandes posibilidades desde el punto de vista cinematográfico, histórico y artístico. William Fox, productor y distribuidor de origen húngaro, hijo de una familia judía, apostó fuertemente por John Ford para rodar este tipo de películas y no regateó en gastos en el caso de ‘El caballo de hierro’. Contrató miles de extras y se hizo con locomotoras auténticas de los albores del ferrocarril para dar veracidad a la película.

Fox, y también John Ford, estaban convencidos de que a mayores cotas de realismo, el western ganaría también en fidelidad respecto a un tiempo histórico que, por otra parte, tampoco estaba muy lejos, y todo ello redundaría en su épica. Dispuesto a todo en ese empeño, Fox decidió que el rodaje se trasladara a escenarios naturales de Nevada –nada de recreaciones de estudio–, construyó una ciudad artificial y sorprendió al propio director por la envergadura del proyecto. Ford llegó para hacerse cargo de una película y acabó dirigiendo una superproducción.

Como casi todos los directores, el responsable de ‘Las uvas de la ira’ se encontraba en 1924 bajo la influencia de David W, Griffith, el padre del cine moderno. Sin embargo, ‘El caballo de hierro’ contiene ya bastantes elementos propios de la filmografía de Ford: la epopeya, los grandes espacios abiertos y salvajes y la humanización del Oeste. Sus personajes no son planos ni simples vaqueros. Al contrario, despliegan todo un abanico de emociones que ofrecen el contrapunto entre la acción y la introspección. ‘El caballo de hierro’ es una especie de mix entre ‘Cuna de héroes’ y ‘Pasión de los fuertes’ donde, además, se intuyen algunos de los rasgos característicos de ‘La diligencia’ o ‘El hombre tranquilo’; entre ellos, la capacidad de unir comedia y drama o de crear héroes que nunca dejan de ser personas.

El resultado final es una narración deslumbrante en su época y muy curiosa de ver en la actualidad, ya que aúna toda la mitología del western en una solución de planos y situaciones encadenados. La película es la historia de la conquista del Oeste, su colonización y la lucha por llevar el ferrocarril de costa a costa salvando los peligros de la orografía, las estampidas de ganado, la enemistad de los indios y los propios buscavidas que acompañan al tren. En fin, todo el salvaje Oeste condensando en poco más de dos horas de narración que recrean la gesta del primer primer ferrocarril transcontinental en 1869.

Evidentemente, el curso de la acción se ve atravesado por el romance entre sus principales protagonistas: un joven Davy Brandon (interpretado por George O’Brien) que se suma a la aventura del ferrocarril y Miriam (Madge Bellamy), la hija de uno de los empresarios responsables de tender la línea. Como anécdota, tras ver el montaje final Fox ordenó rodar algunas escenas más con Madge Bellamy para reforzar el capítulo sentimental del filme. Por lo demás, a lo largo del metraje desfilan los iconos de la raíz cultural americana: la agencia Pony Express, la compañía Union Pacific, Buffalo Bill… y Abraham Lincoln Merece prestar especial atención a la composición que de Lincoln hizo el actor Charles Edward Bull. Su caracterización del legendario presidente estadounidense y su prestancia han sido copiadas mil y un veces en películas que llegan hasta nuestros días, salvo cuando se trata de convertirle en cazador de vampiros, claro.

Ficha técnica
Título: “El caballo de hierro” (The Iron Horse)
Director: John Ford.
Producción: William Fox
Guión: Charles Kenyon, John Russell y Charles Darnton
Reparto: George O’Brien, Madge Bellamy, Charles Edward Bull, Will Walling, Fred Kohler, Gladys Hulette, James Marcus, George Wagner y Jack O’Brien.
Música: Ernö Rapée
Fotografía: George Schneiderman
Año: 1924
País: Estados Unidos
Duración: 130-150 minutos
Género: western

Scroll al inicio