SHÉKET: JUDÍOS EN EL CINE MUDO, CON MIGUEL PÉREZ –
La Hammer británica está considerada como la gran factoría del miedo cinematográfico. La pionera en el complejo y muy atractivo arte de conseguir que el espectador salte en su butaca pese a saberse en un entorno seguro donde no existen (en eso confiamos) ni monstruos ni asesinos. Pero catorce años antes de que la productora fuera fundada en 1934 y se estrenara con la primigenia versión de Frankenstein, Alemania sentó algunas de las bases de la intriga y el terror con un filme de culto. La firma principal fue la del director Robert Wiene, pero en la construcción de ‘El gabinete del doctor Caligari’ fueron los guionistas y escenógrafos quienes también jugaron un papel determinante para que este título no solo haya sido referencial para un buen número de directores hasta la actualidad, sino el ejemplo cumbre de todos los dogmas del expresionismo alemán.
La narración es compleja. En síntesis, dos amigos, Francis y Alan, visitan una feria en la que un aparente doctor realiza un número de hipnotismo con un joven sonámbulo, Cesare. Lo que nadie sabe es que Cesare es, en realidad, una herramienta de su dueño/mentor, un asesino que, entre otras víctimas, acabará con Alan. Francis iniciará una investigación para descubrir al criminal, lo que deviene en una mezcla de película policiaca y de terror en cuyo transcurso se sucede la acción (entre ellas, el secuestro de Jane, por cuyo amos aspira Francis) hasta concluir en un final que trastoca todo el guión anterior. Si alguien pensó que ‘Sospechosos habituales’ o ‘El sexto sentido’ descubrieron al mundo los guiones con drástico giro final, solo es necesario visionar ‘El gabinete del doctor Caligari’ para encontrar sus rudimentos.
La película puede verse como un entretenimiento de la época o como la síntesis de numerosos recursos. Tiene más recovecos que un caserón antiguo. Para empezar, tiene un prólogo y un epílogo, que se desarrollan en planos temporales y espaciales diferentes al resto del argumento. Por tanto, utiliza una técnica narrativa poco frecuente en el cine mudo de aquellos años por su dificultad para explicar sin palabras la existencia de retrocesos y avances de la trama que rompen la línea temporal. Otro recurso que el director introduce y que enfatiza las escenas de terror consiste en la distinta utilización de decorados en función de la trama: aplica una mejor luz y unos decorados más ‘naturales’ en los momentos dulces y acude a un expresionismo asfixiante, sombrío, sin concesiones, cuanto mayor es la carga de tensión. Lo mismo sucede con la iluminación. ¿Tiene eso alguna lectura? Sí. La especial habilidad de Wiene para aplicar el arte a la narrativa. Hasta tal punto que, cumpliendo una de las máximas del expresionismo alemán, los haces de luz no proceden de focos, sino que están pintados en los propios decorados.
Pero además de Wiene, ‘El gabinete del doctor Caligari’ es la suma de otros ingeniosos intelectos. Destacan los de Hans Janowitz y Carl Mayer, redactores de esta obra maestra. Mayer, escritor y dramaturgo austriaco, trabajó también con Morneau y fue considerado uno de los guionistas más humanistas y arriesgados de la primera mitad del siglo XX, aunque murió pobre y olvidado en Londres, a donde se exilió cuando Hitler llegó al poder. Janowitz, pese a sus credenciales como guionista, tampoco tuvo demasiada fortuna. Dos años después de escribir la historia del doctor Caligari dejó el oficio. En 1918 los dos estaban arruinados. Y por consejo de una amiga actriz de Mayer, se pusieron a escribir el argumento de este filme de insospechadas repercusiones: sus recursos estilísticos y narrativos los recogería años más tarde el cine negro y fantástico estadounidense. No solo mostró el camino a muchos realizadores de los años 50 de cómo construir finales sorprendentes y contextos sombríos sino de la habilidad para engañar al espectador, crear subtramas y convertir al narrador en lo que no es.
Los dos escritores pasaron por la experiencia de la Primera Guerra Mundial. Eran pacifistas. Cabe colegir que se sentían profundamente conmocionados. De ahí que bastantes críticos hayan extraído diferentes lecturas del ‘El gabinete del doctor Caligari’ como una denuncia contra el poder o, más bien, de cómo un loco autoritario con un poder puede sembrar el mal. Hay estudios que aseveran que la película es una predicción simbólica de Hitler. Pero ni Janowitz ni Mayer señalaron nunca que su guión tuviera contenido político. Fuera como fuese, lo que sí alberga es un profundo sentido social, una crítica a la tiranía y una denuncia de la locura del ser humano como instigadora de los más crueles crímenes. Locura, no demencia. Porque hay que esperar hasta el final de la película para darse cuenta, en un cambio de rumbo genial, de que los dos guionistas y el director supieron diferenciar claramente ambos trastornos. La demencia como forjadora de víctimas y la locura como creadora de asesinos. Quizás influya en esta precisión el hecho de que para construir al personaje de Caligari, los escritores se basaron en un psiquiatra militar real.
Finalmente, ‘El gabinete del doctor Caligari’ se apoya en un brillante equipo de artistas gráficos y diseñadores. En realidad, toda la película es un cuadro. No se trata de una casualidad. Janowitz y Mayer escribían desde el arte, tenían un afán experimentalistas y amaban la vanguardia. Tanto ellos como Wiene estaban convencidos de que la expresividad de la película debía proceder de un conjunto en el que participaban desde los actores (su gestualidad y maquillaje son más que notables) hasta los decorados. La potente industria cinematográfica alemana reclutó a algunos de los creativos más significados del expresionismo por consejo de Wiene, que creía en las posibilidades artísticas del grupo Sturm. Bueno, en honor a la verdad, para los estudios también constaban las posibilidades económicas que suponía una obra rodada exclusivamente en interiores y con decorados de madera y tela que incluso simulaban la luz y representaban por tanto un considerable ahorro en movimientos de material y personal, traslados a exteriores (con la consiguiente dependencia de la meteorología) y electricidad.
Este colectivo, que en castellano se denominaría algo así como ‘Tormenta’ en la acepción más similar a ‘tormenta de ideas’ y la británica ‘brainstorming’, giraba en torno a una publicación ‘Der Sturm’ dedicada a los movimientos artísticos más inquietos y experimentales. La subjetividad aplicada a la mirada, como si cada escena fuera directamente en forma de puñetazo a la psique, funcionaría a las mil maravillas en la obra de Wiene : no es que la película sea un ejemplo del terror pregótico; es que va más allá incluso del propio gótico. Entre los pintores, diseñadores de vestuario y figurinistas que formaron parte de la plantilla de rodaje se encontraban tres colaboradores de Der Sturm, Walter Reimann, Hermann Warm y Walter Röhrig, que se encargaron de fabricar ese escenario extremo de escaleras imposibles, ángulos agudos, perspectivas forzadas, fondos retorcidos y edificios inclinados que dieron al filme toda su carga oscura y tétrica.
Fruto de su labor, ‘El gabinete del doctor Caligari’ encierra un último truco para el espectador: si se ve desde una posición objetiva, la película no deja de ser una obra de teatro rodada con cámara fija. Un trampantojo. Eso sí, más complejo que salido de un tres estrellas Michelin.
Ficha técnica:
Título: ‘El gabinete del doctor Caligari’ (‘Das Kabinett des Dr. Caligari’)
Año: 1920
Nacionalidad: Alemana
Duración: 74 minutos
Director: Robert Wiene
Guión: Hans Janowitz y Carl Mayer.
Reparto: Werner Krauss, Conrad Veidt, Lil Dagover, Rudolf Klein-Rogge y Friedrich Feher.
Género: Cine mudo. Terror.