El hebreo, idioma lateral

LA PALABRA – En muchas ocasiones ya he aprovechado esta columna para expresar mi admiración (a veces, perplejidad) por la lengua hebrea, tan distinta no sólo en su escritura en sentido inverso a la occidental, sino en su propia idiosincrasia. Por ejemplo, el castellano o español abunda en sinónimos mientras que el hebreo es parco en ellos. Es más: son muchas las palabras (mejor, las “raíces” de las mismas) que coinciden para distintos significados aunque nos sea inescrutable deducir las razones. Lo que es cierto es que, al pronunciarlas, aunque sea inconscientemente (lateralmente, de allí el título), establezcan entre sí una conexión semántica subyacente.

Tomemos como ejemplo la raíz Alef – Jet – Reish: AJeR significa otro, distinto, raro, inusual o diferente. Pero con la misma raíz aparecen términos relacionados con el paso del tiempo: mEuJaR (la álef puede “vocalizarse” de distintas maneras, en este caso como una E), tarde, con retraso; AJaR y AJRei, después de, tras; incluso AJaRon, último. Aunque uno no sea un filólogo, al comunicar desde niño que algo es excepcional si tarda en suceder, ello permea en la mente de los hebreoparlantes y refuerza una conexión básica y constituyente: el tiempo pasa y transforma la realidad en otra distinta. En nuestro idioma no sucede así: aprendemos cada significado de forma separada y no como un “racimo” semántico.

De esta característica surge la posibilidad de “aggiornar” una lengua que durante miles de años estuvo confinada a un uso meramente ritual. ¿Cómo se consiguió adaptar un elemento tan arcaico para la vida actual en Israel? Si bien durante las primeras décadas del sionismo se recurría en más de una ocasión a extranjerismos, la labor de personajes como Eliezer Ben Yehuda y el objetivo ideológico de restauración nacional lograron erradicar casi por completo esas prácticas, aunque aún perduran en ciertos círculos profesionales. Por ejemplo, en alguna ocasión pude leer un artículo sobre arquitectura en el que se destacaba la “kaviut linealit” de un edificio, significando las dos palabras lo mismo, una derivada del hebreo la otra de lenguas extranjeras (algo así como la linealidad lineal). A veces, incluso, se producen despropósitos como el del mecánico del tractor que me explicaba el problema que había con el “békax kidmí” (“back axle” es en inglés el eje trasero del vehículo; por el contrario, “kidmí”, en hebreo, significa delantero = el eje trasero de delante).

Desgraciadamente, hoy día los israelíes están menos “enamorados” de su idioma que hace décadas y prefieren muchas veces comunicarse en inglés fuera de su círculo íntimo o familiar. Sin embargo, sus neuronas se han ido interconectando de una manera singular, lateral como el lenguaje que han utilizado desde la infancia, lo que, quizás y sumado a otras singularidades de la condición judía e israelí, les hayan provisto de una forma de pensar y actuar que muchas veces choca con las estructuras mentales habituales en otros países.

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad

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