“El hombre de Kiev (The Fixer)” (1968), de John Frankenheimer (EE.UU.)

FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD – Guión: Dalton Trumbo basado en la novela “El Reparador” de Bernard Malamud. Reparto: Alan Bates, Dirk Bogarde, Georgia Brown, Hugh Griffith, Elisabeth Hartman, Ian Holm,

El hombre de Kiev es la historia de un judío humilde al que le tocará vivir una paradójica tragedia como consecuencia de su condición étnica, condición que desprecia por circunstancias personales y convicciones particulares. Al comenzar el film vemos a Yakov afeitándose su barba y recortando sus peyot (tradicionales rizos que los varones judíos llevan a ambos lados de su rostro). La actitud inicial del personaje es resultado de un desengaño amoroso: hace tiempo que se separó de su esposa Raisl porque, según creía él, no podía tener hijos. Solitario y taciturno, Yakov malvive como puede haciendo pequeñas reparaciones de carpintería y reformas caseras, hasta que un golpe de suerte dará un giro a su situación.
Una noche, encuentra tirado sobre la nieve a un viejo borracho y lo salva de una muerte segura. El anciano es Lebedev, un rico hombre de negocios perteneciente al sector de la población rusa que fomenta el odio a los judíos; para sobrevivir toma una decisión, aunque en principio se muestre reticente, simular lo que no es, es decir, hacerse pasar por un no judío. Al día siguiente, un agradecido Lebedev le ofrece un empleo, primero en su propia casa, y luego como administrador de su negocio. La situación de Yakov se complica cuando la hija de Lebedev, Zinaida se enamora de él, hasta el punto de ofrecerle pasar la noche en su dormitorio, pero Yakov finalmente desiste. Las consecuencias no se harán esperar: Zinaida acusa a Yakov de haberla violado y al surgir en la investigación que es judío, se le culpará también del crimen de un niño cristiano. A partir de aquí empezará su calvario: Yakov será encerrado sin haber sido acusado formalmente de esos delitos y, en espera de su juicio, será sometido durante tres años a un brutal régimen penitenciario a base de torturas, golpes, hambre y frío, con el fin de hacerle confesar los crímenes. Yakov se convierte en una “representación”, conseguir su confesión serviría de coartada a la cruel persecución de los judíos, con el fin de exacerbar el antisemitismo y distraer la atención del pueblo de los errores del gobierno.
El hombre de Kiev es una tragedia en la que un don nadie, alguien que ha llegado al extremo de renunciar a su propia identidad como judío para conseguir sus metas y vivir en paz (en una de las primeras secuencias, Yakov tiene que huir de una brutal carga a caballo de cosacos que arrasan el barrio judío de la ciudad), se ve obligado a reafirmarse como judío para enfrentarse a la adversidad. No es casual que el personaje se declare lector de Spinoza, filósofo determinista, que al mismo tiempo consideraba que el ser humano era libre cuando aceptaba ese determinismo: la idea de que se haga lo que haga el destino ya está escrito, pero que no impide hacer lo que se quiera. De este modo, Yakov demuestra una gran franqueza y honestidad a la hora de hacer frente a sus represores: niega los delitos que se le imputan porque no ve razón alguna para no hacerlo; sabe que en realidad está encarcelado por el hecho de ser judío, pero no acepta el absurdo de dicho razonamiento porque carece de toda lógica y está basado en la irracionalidad y la brutalidad. No es de extrañar que acabe ganándose la simpatía y el afecto de un personaje que, en un principio, se encuentra en las antípodas, el fiscal Bibikov, un hombre racional, equitativo y lúcido, que sabe que no existe realmente prueba alguna que pueda poner en duda la inocencia de Yakov y que decide ayudarlo.
En El Hombre de Kiev coinciden tres figuras de enorme envergadura: Bernard Malamud, Dalton Trumbo y John Frankenheimer, novelista, guionista y director.
Bernard Malamud para su novela (ganadora del premio Pullitzer) se inspiró en un caso real que guarda ciertas similitudes con otro bastante más famoso de resonancias antisemitas y desaciertos judiciales (el caso Dreyfuss): el caso del judío Menahem Mendel Beilis, injustamente acusado en la Rusia zarista de asesinar ritualmente a un niño cristiano. Dalton Trumbo, que conocía de primera mano la persecución y las consecuencias de ser estigmatizado, fue encarcelado por negarse a colaborar con el Comité de Actividades Antinorteamericanas y sufrió el ostracismo en su profesión durante casi una década en la que no podía firmar su guiones por estar en la lista negra, hasta que Kirk Douglas consiguió en 1960 que su nombre volviera a figurar en los títulos de crédito, autor de un guión impecable. Y John Frankenheimer, hijo de un judío alemán y una irlandesa católica, quien ya había realizado una serie de películas que reflejaban la lucha contra los abusos del poder y los excesos institucionales, ‘El mensajero del miedo’ (1963), ‘Plan diabólico’ (1966), ‘Siete días de mayo’ (1963) o ‘El tren’ (1965), y otra obra, centrada en el ámbito carcelario, ‘El hombre de Alcatraz’ (1962). Narra la historia con una precisión impecable, rehuyendo efectismos y afectaciones.

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