“El jardín de los Finzi Contini” (1970), de Vittorio De Sica, (Italia – Alemania)
FILMOTECA, CON DANIELA ROSENFELD –
Finales de los años 30. Ferrara, Italia. Los Finzi Contini son una de las familias más influyentes de la ciudad. Ricos, aristócratas…y judíos. Sus hijos, Micol y Alberto buscan un círculo de amistades para pasar las tardes jugando al tenis y olvidarse del resto del mundo. En ese círculo entra Giorgio, un judío de clase media que se enamora de Micol, pero ella parece divertirse a su costa. En medio de esta trama sentimental serán testigos de importantes acontecimientos políticos.
Se suele decir que la veteranía es un grado, y que los años no influyen en la calidad artística. Este precepto puede aplicarse a esta película, rodada al final de la carrera del gran Vittorio De Sica, con casi 70 años. El gran maestro del cine italiano se basó en una famosa novela del escritor Giorgio Bassani, publicada en 1962, para contar una historia hermosa y triste, situada en los momentos previos al comienzo de la Segunda Guerra Mundial y centrándose en un grupo de jóvenes que van a pasar las tardes y jugar al tenis al jardín de una familia judía, los Finzi Contini. De Sica presenta a los personajes destacando su belleza física con constantes primeros planos. El protagonista, Giorgio, interpretado por Lino Capolicchio, también pertenece a una familia judía, la familia Finzi Contini no le es desconocida, en especial la bella Micol, encarnada por Dominique Sanda. Otro personaje importante es el hermano de Micol, Alberto, interpretado por Helmut Berger, y para acabar con el reparto habría que destacar la presencia de un joven Fabio Testi, como el poco fiable Malnate.
Giorgio ha estado enamorado de Micol desde la infancia y se engaña a si mismo pensando que es correspondido. El padre de Giorgio afirma que los Finzi Contini son diferentes, que ni siquiera parecen judíos; generaciones de riqueza y privilegios sociales e intelectuales los han convertido en una familia orgullosa y vulnerable. El resto de los judíos del pueblo reaccionan frente a las leyes de Mussolini, unos se enfurecen, otros tiene una actitud más filosófica, pero los Finzi Contini muestran una total indiferencia, parece que ni siquiera saben o son conscientes de lo que sucede a su alrededor. Ellos viven al margen de esas leyes, encerrados en su maravilloso jardín.
En una época en la que muchos no tenían ni la menor idea de lo que estaba sucediendo, el hermano de Giorgio, que es enviado a Francia a estudiar, descubre allí el horror de los campos de concentración alemanes, algo que era totalmente desconocido en Italia. Esa Italia en el período anterior a la guerra es retratada por De Sica como un sitio en el que nadie espera o admite lo que esta a punto de explotar. El jardín rodeado de altos muros de los Finzi Contini se convierte en el símbolo de ese compás de espera, parece que nada malo puede suceder, e incluso el resto de los judíos del pueblo parecen aferrase a la solidez de los muros del jardín como si fueran una prueba de su propia capacidad para sobrevivir.
De Sica presenta el jardín utilizando una estrategia visual muy interesante, nunca nos muestra exactamente dónde estamos ni el tamaño o la ubicación, de esa manera no podemos adelantar lo que va a suceder y crea una sensación incomoda de estar en un espacio indefinido del que no sabemos como escapar. La ambigüedad del jardín coincide con una cierta ambigüedad sexual, nada ocurre abiertamente… pero De Sica utiliza la apariencia y el lenguaje corporal para sugerir el complejo entramado de atracciones sexuales entre los diferentes personajes. No existen certezas durante la espera. La película genera un sentimiento de nostalgia por una época y un espacio perdidos, pero no es la nostalgia del que recuerda el pasado, es la nostalgia del presente, la nostalgia del que siente que su mundo se está desvaneciendo, y ya echa de menos lo que todavía no ha perdido.