El Padre Luis Olivares y los santuarios para inmigrantes

JUSTICIA JUSTICIA PERSEGUIRÁS, CON CARLO TOGNATO – Durante la Shoá el pueblo de Le Chambon sur Lignon en la Francia suroriental, sirvió de santuario a centenas de judíos bajo el liderazgo del pastor André Trocmé, líder de la congregación protestante de esa localidad. Después de la guerra, tanto André Trocmé como su primo Daniel, quien murió en Buchenwald, y otros 32 habitantes del pueblo fueron reconocidos por sus actos de justicia y designados por Yad Vashem como Justos Entre las Naciones

Desde el año 1982 muchas comunidades en los EE.UU. han transformado sus iglesias, recintos universitarios, distritos escolares, lugares de trabajo y hasta algunas ciudades y estados en santuarios en los cuales los refugiados y los migrantes indocumentados quedasen protegidos frente a los agentes federales de inmigración, quienes buscan arrestarlos para después expulsarlos y devolverlos a sus tierras de origen. En esos años llegaron a los EE.UU. un millón de salvadoreños, de los cuales medio millón se asentó en Los Ángeles. Allí, un cura claretiano, el Padre Luis Olivares, se puso en marcha para cuidar a muchos de ellos en La Placita, la más antigua iglesia mexicano-estadounidense de la ciudad. En 1985 declaró su iglesia santuario de los refugiados, sentando así ejemplo como primera institución católica de Los Ángeles en tomar esa decisión. En 1987, por primera vez en los EE.UU. extendió su santuario a los migrantes indocumentados. Esas acciones lo pusieron en ruta de colisión con las autoridades eclesiásticas católicas de Los Ángeles y las autoridades norteamericanas, particularmente después de que se dirigiera al público y a los empleadores para que desobedecieran a la nueva ley de inmigración. Estuvo amenazado por un escuadrón de la muerte, posiblemente de origen salvadoreño, y hasta recibió críticas por parte de algunos feligreses quienes hubieran querido que sus atenciones no se dirigieran hacia foráneos. El Padre Olivares, sin embargo, estaba convencido de que ya no era posible no actuar concretamente frente al sufrimiento de los refugiados y de los migrantes indocumentados: “Tengo que hacer más. No puedo simplemente decir que hay una necesidad y después simplemente rezar”. En otra ocasión anotó que “uno no puede ser testigo del sufrimiento humano y no convencerse de la existencia de un pecado social. Somos todos responsables, a menos que tomemos una posición y hablemos de ello”. Murió en 1993 rodeado por el afecto y la gratitud de los refugiados y de los migrantes indocumentados a los cuales dedicó sus esfuerzos y hasta por unas expresiones de aprecio durante su enfermedad por parte de críticos, como el mismo arzobispo de Los Ángeles, Roger Mahony, y el ex director de la Oficina de Inmigración y Naturalización de Los Ángeles, Ernest Gustafson. 

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