LA PALABRA – Tantas veces ha pasado que era previsible que volviera a ocurrir. Esta semana los optimistas titulares de la prensa presagiaban una “larga” tregua entre Hamás e Israel. Las columnas se llenaron de detalles de las fases de un plan de pacificación gradual. El espejismo duró muy poco. Para el terrorismo, sentarse a conversar implica “poner muertos sobre la mesa” (¿nos suena de algo, españoles?). Y, si no se consigue causarlos del otro lado, no hay inconveniente en provocar la propia desgracia, utilizando a civiles como escudos humanos y a niños como topos excavadores de túneles de ataque.
Recordemos que la última conflagración a gran escala de Hamás e Israel fue en el verano de hace cuatro años, casualmente (¿o no?) justo después del fracaso del plan de conversaciones de la Administración Obama que su Secretario de Estado John Kerry intentó impulsar pidiendo concesiones previas sólo a una de las partes (adivinen cuál), una de las muchas demostraciones del peligro de hablar de esos temas cuando, en realidad, no se está dispuesto a negociar nada, a variar un ápice las exigencias de partida ni los objetivos totalitarios. No olvidemos que en el discurso de Yasser Arafat grabado secretamente en 1994 en una mezquita de Sudáfrica, el líder palestino se refirió reiteradamente a los entonces recientemente firmados Acuerdos de Oslo como una “hudna”, citando el precedente del mismísimo Mahoma con la tribu de los Quraish, es decir no más que una pausa en la lucha para recuperar fuerzas y rearmarse para la próxima guerra.
De hecho, actualmente sigue en hipotético vigor el alto el fuego del 26 de agosto de 2014 que ponía fin a la Operación Margen Protector (Tzuk Eitán, en hebreo) y por el cual, entre otros asuntos, la organización gobernante en la Franja se comprometía a no lanzar ataques de misiles contra civiles israelíes, promesa que rompió reiteradamente desde entonces, aunque en proporciones mucho menores a las de las últimas horas. ¿Cuál ha sido el objetivo de este empeño aparentemente condenado al fracaso contra una fuerza militar muy superior? Tomar la iniciativa. Si Israel era quien decidía la respuesta, ahora Hamás juega a tener la primera y la última palabra, sea cual sea la partitura de muerte y dolor que suene en medio. Porque sabe que quien controla los tiempos es capaz de colocar al contrario donde pretende. Esta vez se ha acercado mucho, convenciendo a una opinión pública mundial que el terrorista es el otro o al menos un igual en bajeza moral: no hay más que ver los titulares y las imágenes seleccionadas para aleccionar y reforzar los estereotipos.
Espero que Israel resista la tentación de entrar en ese juego en el que sólo puede perder, tanto si vence como si no. Es como seguir pagando a un chantajista para que no difunda una imagen evidentemente trucada, pero que nos afecta de manera atroz. Porque pactar una tregua no tiene nada que ver con firmar la paz y, a veces, es un paso más para alejarse de ella.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad