LA PALABRA – En días pasados, a las puertas del Congreso, un diputado de la oposición utilizó la expresión malsonante “puto amo” para referirse al jefe de un partido que, con sus idas y venidas a las cárceles para entrevistarse con políticos detenidos y a pesar de no formar parte de una coalición con el gobierno, se estaba convirtiendo en pieza clave para éste. Aunque esa expresión (que, a pesar de sus formas, no es ofensiva, sino ponderativa) hace tiempo que está en la calle, su uso por un representante político seguramente impulsará su admisión por la Real Academia de la Lengua. Una posible definición (para quienes no habiten la Península Ibérica) sería “el mejor, campeón o jefe indiscutible en algún asunto”, si bien el político en cuestión, en realidad, hacía este halago para señalar justamente la debilidad y dependencia del propio jefe de gobierno.
En el mundo actual, en el que se exige a las naciones unas formas de apariencia democrática (elecciones, parlamentos, etc.), abundan los “putos amos” que ejercen un control cercano a lo absoluto, obtenido por votación. Suelen erigirse en “salvapatrias” y única opción ante el caos, difuminando las diferencias con las dictaduras de los regímenes totalitarios que fueron norma en el siglo pasado y cuyos escasos representantes hoy sobreviven relegados y aislados. Por el contrario, el “putoamismo” se impone día a día, usando de lanzadera para su carrera política tanto a la izquierda como a la derecha, lo que deja obsoletos los manuales y desconcertados a los medios de comunicación.
Hay quienes los llaman “líderes fuertes” y se dejan impresionar por su forma de actuar, considerándolos imprescindibles y únicos para mantener la cohesión, desde Putin en Rusia, Trump en EE.UU., Erdogan en Turquía, al mismísimo Netanyahu en Israel. Todos ellos se promocionan como la única argamasa capaz de sujetar los ladrillos de la convivencia e incluso (¡vaya paradoja!) del progreso. Se les pide una piel muy gruesa, a prueba de denuncias judiciales, complots (reales o fabricados), rumores ciertos e infundados, pasados reconstruidos a medida y, lo más importante, talento titiritero para mover los hilos del poder y activar los resortes emocionales de las masas votantes.
Los citados no son los únicos. Prácticamente no hay país que no tenga uno, al menos en fase de gestación, hoy vehemente crítico de las formas impersonales de democracia y gestión, buscando las fisuras del sistema para ahondarlas y abrir abismos que sólo él puede puentear. No se trata, como algunos creen, de un movimiento pendular natural entre derechas e izquierdas, sino de un modelo diferente. Algunos lo llaman populismo y lo es. Otros lo califican de retroceso totalitario y algo de eso tiene también. Pero lo que en realidad define al “putoamismo” es similar a lo que sucede con nuestros datos personales en la era de las redes sociales y la Inteligencia Artificial: somos nosotros y nuestra pereza política, los que nos atamos a las palancas para que nos zarandeen a gusto y nos vendan una imagen de la realidad que nos haga sentir cómodos y poderosos.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
El “putoamismo”
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