El retorno a Israel y la creación de su Estado (2ª parte): la vieja historia

MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – Cuando Babilonia fue conquistada por los persas, el rey Ciro autorizó a los judíos el retorno a su patria y les otorgó autonomía. Ellos construyeron un Segundo Templo en el mismo lugar del Primero y reconstruyeron la ciudad y sus murallas. Y fue allí cuando se establecieron las bases del judaísmo que permanecen hasta hoy en día. Alejandro Magno conquistó Jerusalén en el año 332 AEC. Después de su muerte la ciudad fue gobernada por los ptolomeos de Egipto, y posteriormente por los seléucidas de Siria. La helenización de la ciudad alcanzó su clímax bajo el régimen seléucida de Antíoco IV; la profanación del Templo y los intentos de suprimir la identidad religiosa judía provocaron una rebelión. Dirigidos por Judas Macabeo, los judíos derrotaron a los seléucidas, reconsagraron el Templo (en el 164 AEC) y restablecieron la independencia judía bajo la dinastía hasmonea, que duró más de cien años, hasta que Pompeyo impuso el dominio romano sobre Jerusalén. El rey Herodes el Idumeo, que fue impuesto por los romanos como soberano de Judea (entre el 37 y el 4 AEC), estableció instituciones culturales en Jerusalén, construyó 16 magníficos edificios públicos y reconstruyó el Templo otorgándole gran esplendor.

La rebelión judía contra Roma estalló en el año 66 de la era actual, al transformarse el dominio romano, después de la muerte de Herodes, en sumamente opresivo. Por unos pocos años, Jerusalén estuvo libre de dominio extranjero, hasta que, en el 70, legiones romanas mandadas por Tito, conquistaron la ciudad y destruyeron el Templo. La independencia judía fue brevemente reinstaurada durante la rebelión de Bar Cojba (entre 132 y 135), pero nuevamente vencieron los romanos. Se prohibió a los judíos la entrada a la ciudad, que fue redenominada Aelia Capitolina, y reconstruida de acuerdo a los patrones de una ciudad romana. Jerusalén, la capital del corazón judío, se convirtió en una de las provincias del Imperio Romano, y al país se la había cambiado su nombre por Palestina. Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial de los romanos, el emperador bizantino Constantino transformó a Jerusalén en un centro cristiano. La Iglesia del Santo Sepulcro (335) fue la primera de una serie de grandiosas construcciones que se levantaron en la ciudad.

Los ejércitos musulmanes invadieron el país en el año 634, y cuatro años más tarde el califa Omar conquistó Jerusalén. Sólo durante el reinado de Abd al-Malik, quien construyó el Domo de la Roca (691), Jerusalén pasó a ser, por un corto período, la sede de un califa. El dominio de más de un siglo de la dinastía omeya de Damasco fue sucedido en el año 750 por los abásidas de Bagdad, y con ellos comenzó el declive de Jerusalén. Los cruzados la conquistaron en el 1099, masacraron a sus habitantes judíos y musulmanes, y determinaron que fuera la ciudad capital del Reino Cruzado. Bajo los cruzados se destruyeron sinagogas, se reconstruyeron antiguas iglesias y muchas mezquitas fueron convertidas en templos cristianos. El dominio cruzado sobre Jerusalén finalizó en 1187, al caer la ciudad en manos de Saladino el kurdo. Los mamelucos, una aristocracia militar feudal de Egipto, dominaron Jerusalén desde 1250. Construyeron numerosos edificios, pero trataron a la ciudad únicamente como un centro teológico musulmán, arruinando su economía por medio de pesados y negligentes impuestos. Los turcos otomanos, cuyo dominio se prolongó por cuatro siglos, la conquistaron en 1517. Suleimán el Magnífico reconstruyó sus murallas en 1537, construyó la Fuente del Sultán e instaló fuentes públicas de agua potable por toda la ciudad. Después de su muerte, las autoridades centrales en Constantinopla demostraron poco interés por Jerusalén. Durante los sigios XVII y XVIII, llegó a la más profunda de sus decadencias.

Pero comenzó a florecer nuevamente en la segunda mitad del siglo XIX. El creciente número de judíos que retornaba a su tierra, la decadencia del poder otomano y el revitalizado interés europeo en la Tierra Santa llevaron a un renovado desarrollo de Jerusalén. Después de la conquista otomana en 1517, Israel había sido dividida en cuatro distritos y se adjuntó administrativamente a la provincia de Damasco, gobernada desde Estambul. Al comienzo de la era otomana, se estima que unas mil familias judías vivían en el país, principalmente en Jerusalén, Nablus (Shjem), Hebrón, Gaza, Safed (Tzfat) y las aldeas de Galilea. La comunidad estaba compuesta por descendientes de judíos que nunca habían abandonado la región, así como inmigrantes del norte de África y Europa. El gobierno organizado durante la vida del sultán Suleimán el Magnífico, que murió en 1566, trajo mejoras y estimuló la inmigración judía. Algunos recién llegados se establecieron en Jerusalén, pero la mayoría fue a Safed donde, a mediados del siglo XVI, la población judía se había elevado a unos diez mil habitantes y la ciudad se había convertido en un próspero centro textil, así como en el foco de una intensa actividad intelectual. Durante este período, floreció el estudio de la kabalá (misticismo judío), y las estipulaciones contemporáneas de la ley judía, codificadas en el Shulján Aruj, se extendieron por toda la Diáspora desde las casas de estudio de esa ciudad.

Con un declive gradual en la calidad del dominio otomano, el país fue llevado a un estado de abandono generalizado. A fines del siglo XVIII, gran parte de la tierra era propiedad de terratenientes ausentes, estaba arrendada a agricultores arrendatarios empobrecidos y los impuestos eran tan abrumadores como caprichosos. Los grandes bosques de Galilea y la cordillera del Carmelo estaban despojados de árboles; el pantano y el desierto invadieron las tierras agrícolas. El siglo XIX vio los primeros signos de progreso con varias potencias occidentales compitiendo por posiciones, a menudo a través de actividades misioneras. Los eruditos británicos, franceses y estadounidenses iniciaron estudios de geografía y arqueología bíblicas; Gran Bretaña, Francia, Rusia, Austria y Estados Unidos abrieron consulados en Jerusalén. Los barcos de vapor comenzaron a recorrer rutas regulares entre esas tierras y Europa; se instalaron conexiones postales y telegráficas; se construyó la primera carretera que conecta Jerusalén y Jaffa (Yafo). El renacimiento de la región como una encrucijada para el comercio de tres continentes se aceleró con la apertura del Canal de Suez. En consecuencia, la condición de los judíos del país mejoró lentamente y su número aumentó sustancialmente. A mediados de siglo, las condiciones de hacinamiento dentro de la ciudad amurallada de Jerusalén motivaron a los judíos a construir el primer barrio extramuros (en 1860) y, en el próximo cuarto de siglo, agregar siete más, formando el núcleo de la Ciudad Nueva. En 1880, Jerusalén tenía una mayoría judía en general. Se adquirieron tierras para la agricultura en todo el país, se establecieron nuevos asentamientos rurales, y se revivió el idioma hebreo, restringido durante mucho tiempo a la liturgia y la literatura. Se estaba preparando el escenario para la fundación del movimiento sionista. Y esta historia continúa…

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