El rey de los elementos
LA PALABRA – En la Antigüedad, los primeros filósofos ordenaban la naturaleza en cuatro elementos: tierra, aire, fuego y agua. Mucho antes, la biblia judía hablaba en su primer versículo de la creación de la tierra justo después de los cielos. En la siguiente línea nos describe el viento (el espíritu divino) que sopla al borde del abismo. Y en la tercera cómo vino la luz (el fuego), aunque no fue hasta el segundo día que se encargó de las aguas. En las últimas horas, por razones naturales o provocadas por el hombre (terrorismo, piromanía o por efecto del cambio climático), el fuego y el viento se han conjugado para arrasar campos y ciudades de Israel, que los combate con lo más caro en la zona (el agua) y con los pies en una disputada tierra, regada de sangre y dolor.
Durante siglos, los judíos fuimos condenados (por la “soberbia” de no someter nuestra fe al poderoso y ya hace mucho desaparecido Imperio Romano) a vivir sin el primero de los elementos. No sólo se nos negó una tierra colectiva (a la que incluso cambiaron de nombre por Palestina y a su capital por Aelia Capitolina, para borrarlas de la historia), sino incluso la personal en la mayoría de los países del destierro (incluida España, desde los reyes visigodos prácticamente hasta la Expulsión). Nos vimos obligados por los demás a vivir del “aire”, de trabajos espirituales e intelectuales, sin contacto con la tierra (agricultura), el fuego (industria) o el agua (pesca). Hasta que los tiempos revolucionarios modernos reencendieron la esperanza (nunca extinguida, con el ascua de “el año que viene en Jerusalén” de cada Pésaj) de un retorno al terruño original. Los inicios del sionismo moderno están ligados no sólo al vínculo vernáculo, sino también a la lucha simultánea a favor y contra el agua, secando pantanos y reverdeciendo el desierto. La primera gran empresa como nación (mucho antes que estado) fue la reforestación que hoy arde y arruga nuestros corazones.
La gente de Haifa sabe lo que es estar desplazados y, a pesar del susto y el enorme disgusto por los daños, lo superarán rápidamente. Hace justamente 10 años, los ataques de los misiles de Hezbolá desde el Líbano llevaron al repliegue de casi un millón de personas hacia el centro del país. Entonces, aparte de las bajas militares, murieron 43 civiles israelíes. Hoy los desplazados por esta desgracia (de la que aún ignoramos qué porcentaje es fortuito y cuánto intencionado) no llegan a la décima parte de aquellos y, lo más importante, aunque hay afectados y heridos, no se ha producido afortunadamente ninguna muerte. Si es obra de terroristas, que sepan que las más afectadas serán las agencias de seguros, pese a la alegría que han demostrado en las redes sociales por la catástrofe en una tierra que dicen amar, pero de la que se regocijan de sus cenizas. Y, hablando de seguros, lo evidente es que seguiremos firmes con el rey de los elementos, aquel que proclama la primera línea de las palabras que nos ha mantenido unidos como pueblo durante milenios. La Tierra de Israel.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad