El romance de Tarquino y Lucrecia, en judeoespañol, desde el CIDICSEF de Buenos Aires

JAVERES DEL KURTIJO – Cuenta el experto Avner Perez que el falso mesías Shabtai Tzvi gustaba de recitar el romance de Tarquino y Lucrecia.

Aquel rey de los romanos
que Tarquino se llamaba
namoróse de Lucrecia,
la noble y casta romana,
y para dormir con ella
una gran traición pensaba.
Vase muy secretamente
a donde Lucrecia estaba;
cuando en su casa lo vido
como a rey lo aposentaba.
A hora de medianoche
Tarquino se levantaba.
Vase para su aposento,
a donde Lucrecia estaba,
a la cual halló durmiendo
de tal traición descuidada.
En llegando cerca de ella
desenvainó su espada
y a los pechos se la puso;
de esta manera le habla:
-Yo soy aquel rey Tarquino,
rey de Roma la nombrada,
el amor que yo te tengo
las entrañas me traspasa;
si cumples mi voluntad
serás rica y estimada,
si no, yo te mataré
con el cruel espada.
-Eso no haré yo, el rey,
sí la vida me costara,
que más la quiero perder
que no vivir deshonrada.
Como vido el rey Tarquino
que la muerte no bastaba,
acordó de otra traición,
con ella la amenazaba:
-Si no cumples mi deseo,
como yo te lo rogaba,
yo te mataré, Lucrecia,
con un negro de tu casa,
y desque muerto lo tenga
echarlo he en la tu cama;
yo diré por toda Roma
que ambos juntos os tomara.
Después que esto oyó Lucrecia
que tan gran traición pensaba,
cumplióle su voluntad
por no ser tan deshonrada.
Cuando Tarquino hubo hecho
lo que tanto deseaba
muy alegre y muy contento
para Roma se tornaba.
Lucrecia quedó muy triste
en verse tan deshonrada;
enviara muy aprisa
con un siervo de su casa
a llamar a su marido
porque allá en Roma se estaba.
Cuando ante sí lo vido
de esta manera le habla:
-¡Oh!, mi amado Colatino,
ya es perdida la mi fama,
que pisadas de hombre ajeno
han hollado la tu cama:
el soberbio rey Tarquino
vino anoche a tu posada,
recibíle como a rey
y dejóme violada.
Yo me daré tal castigo
como adúltera malvada
porque ninguna matrona
por mi ejemplo sea mala.
Estas palabras diciendo
echa mano de una espada
que muy secreta traía
debajo de la su halda,
y a los pechos se la pone
que lástima era mirarla.
Luego allí, en aquel momento,
muerta cae la romana.
Su marido, que la viera,
amargamente lloraba;
sacóle de aquella herida
aquella sangrienta espada,
y en su mano la tenía
y a los sus dioses juraba
de matar al rey Tarquino
y quemarle la su casa.
En un monumento negro
el cuerpo a Roma llevaba
y púsola descubierto
en medio de una gran plaza,
de los sus ojos llorando,
de la su boca hablaba:
-¡Oh, romanos!, ¡Oh, romanos!
doleos de mi triste fama,
que el soberbio rey Tarquino
ha forzado esta romana
y por esta gran deshonra
ella misma se matara.
Ayudadme a la vengar
su muerte tan desastrada.
Desque aquesto vido el pueblo
todos en uno se armaban,
y vanse para el palacio
donde el rey Tarquino estaba
danle mortales heridas
y quemáronle su casa.

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