EL CELULOIDE ELEGIDO – “Era una Arcadia feliz”...que no pudo durar para siempre. El documental y el libro El temps s’esmicola (El tiempo se desvanece) narra la historia de la colonia de emigrantes centroeuropeos que, entre 1930 y 1936, huyendo del nazismo, se instalaron entre nosotros, en Cala Rajada, en la localidad mallorquina de Capdepera.
La historiadora Maria Massanet nos cuenta cómo la presencia de estos intelectuales, pintores, escritores y artistas (judíos y no, entre ellos el novelista Franz Blei
y su hija la actriz Sibylle Blei; los pintores Henry Davringhausen y Rudolf Levy o
empresarios como Henry Kraschutski o Conrad Liesegang) transformó este pequeño enclave balear, cómo Cala Rajada se convirtió en su refugio -el punto más alejado en la isla del consulado alemán en Palma- hasta que el sueño se desvaneció y la realidad del nazismo, la guerra y un destino desgraciado atrapó a la mayoría.
El temps s’esmicola se ha presentado en la Sala de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, en lo que Massanet califica como “un acto de justicia”.
El temps s’esmicola se presentó hace dos años en Capdepera y es un proyecto realizado por el Ayuntamiento de Capdepera y la productora CAPELLA FILMS.
La investigación histórica se ha realizado por un equipo formado por los historiadores María Massanet y Gori Rexac, y la historiadora suiza Gabi Einsele.
Así, existe una doble óptica de estudio desde el país de origen y desde del país de llegada. El fruto de la investigación es un libro que ha servido de base para la realización del documental, los autores son Antoni Capellà y Agustín Torres, con la colaboración de Margalida Melià y Xisco Martorell.
Cala Rajada se convirtió durante la Segunda República en el destino elegido para toda una serie de personajes centroeuropeos: intelectuales, artistas, pintores, escritores … que llegaron a Mallorca huyendo de las circunstancias adversas que había en sus países. De la noche a la mañana, el pequeño núcleo de pescadores duplicó su población y se llenó de turistas “especiales” – estos recién llegados, unos 200 abrieron perfumerías, peluquerías, salones de té y otros comercios inimaginables para los mallorquines de la época- que modificaron el ritmo de la vida cotidiana.