TEATRO JUDÍO, CON HORACIO KOHAN – Cada año, Sefarad Editores lanza una Agenda que, junto con el calendario hebreo del año que se inicia, incluye un tema central en torno al cual desarrolla textos del máximo interés. El tema central de la agenda de 5769 (septiembre de 2007) fue el teatro judío, asunto sobre el que Radio Sefarad realizó una serie, que hoy prosigue hablando de la presencia judía en los escenarios de España, siendo su figura más destacada el dramaturgo Max Aub.
Magda Donato (1906-1966). Nació en Madrid como Carmen Eva Nelken Mansberger pero fue más conocida por su seudónimo literario y teatral. Era hermana de la escritora y activista política Margarita Nelken. Nunca fue a la escuela pero recibió en su hogar una educación refinada y muy afrancesada, y desde 1917 comenzó a colaborar con crónicas de teatro y vida femenina en varios periódicos de su tiempo. Colaboró con grupos experimentales de vanguardia, como el Teatro de la Escuela Nueva (1921) y El Caracol (1928-29), interpretando diversos papeles. Magda Donato es una de las autoras que más han colaborado en el desarrollo de la literatura infantil. Comenzó en las páginas de El lunes de El Imparcial en julio de 1920, junto a Salvador Bartolozzi, hasta octubre de 1923. La relación con el escenógrafo e ilustrador de libros infantiles Salvador Bartolozzi había comenzado en 1914, sin que Bertolozzi se divorciara por lo que nunca se casaron, y seguiría hasta la muerte de éste en 1950. Con la aparición de Pinocho en 1925, empezaron a colaborar en la que sería una de las más importantes revistas infantiles de la época. Después, el 3 de enero de 1928, ambos participaron en Estampa, la primera bajo el seudónimo, no seguro, de “Baby” y Bartolozzi con la serie de “Aventuras de Pipo y Pipa” de quien era autor e ilustrador, y que se mantuvieron sin interrupción hasta el año 36. Magda realizó en 1929 una adaptación de ¡Maldita sea mi cara!, de Kolb y Bellierez, conjuntamente con Alfonso Paso, tradujo varias obras teatrales e hizo la adaptación de Aquella noche, de Lajos Zilahy, en 1936. El año anterior había escrito Pipo, Pipa y el lobo tragalotodo con Salvador Bartolozzi, obra infantil que estrenaron en el Teatro María Isabel de Madrid. En 1939 Magda y Salvador huyeron a Francia y consiguieron llegar a París, donde les acogió el dramaturgo Claude A. Puget. Estrenaron en el teatro Marigny la obra Pinocho au pays du Bonheur. La invasión del ejército alemán en 1940 los obligó a huir a Niza y de allí a Casablanca. En 1941, tras penosas peripecias, llegaron al puerto de Veracruz, en México. Su filmografía como actriz arranca con Piel Canela (1953), de Juan José Ortega. Desde entonces y hasta 1966 hizo 29 comedias, 21 dramas y 40 películas más. En 1960, la Agrupación de Críticos de México, la distinguió por su papel en Las sillas, de Ionesco, pues nunca se había alejado totalmente del teatro, y un premio literario que llevaba su nombre, insituido por ella misma, durante muchos años fue uno de los galardones más apreciados en el mundo del teatro y de las artes interpretativas mexicanas.
Max Aub (París 1903-México 1972). Max Aub Mohrenwitz fue un poeta, ensayista y dramaturgo español nacido en Francia y muerto en el exilio en México. Coincidiría como su abuelo en el nombre, Max Aub, que casó con Magdalena Marx, de cuyo matrimonio nacería su padre Federico Guillermo Aub Marx. Del matrimonio de éste con Susana Mohenwitz nacieron Max Aub y su hermana Magdalena. Su padre viajaba por Europa como representante comercial desde 1898. Estaba en España por asuntos profesionales cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Amigos valencianos le aconsejaron al padre de Max que no volviera a Francia. Así lo hizo, y en agosto de 1914 recibió a su familia en Barcelona. Max, niño de 11 años, pronto inició su peregrinaje y llegó a Valencia. Inquieto lector de gran afán coleccionista, estuvo suscrito desde 1918 a todas las revistas literarias francesas, algunas italianas y belgas. A partir de 1922, y durante catorce años, recorrió Cataluña, viviendo en Barcelona cuatro meses al año. Empezó a escribir teatro experimental: El desconfiado prodigioso (1924), Una botella, El celoso y su enamorada, Espejo de avaricia (1927). Publicó Narciso en 1928. El mismo Max decía que no estaba pensada ni escrita para ser leída, sino que estaba hecha para la escena, pero las circunstancias del teatro en España no permitieron su representación. Fue estrenada por el T.E.U. de Derecho en el teatro Valle-Inclán, en Madrid, el 6 de mayo de 1963. En 1928 ingresó en el Partido Socialista. Empezó a publicar en Revista de Occidente y Alfar. Políticamente actuó al servicio de la República desde 1929. Publicó Fábula verde en 1933. En febrero de 1936 participó activamente en la campaña del Frente Popular y co-dirigió el periódico Verdad (1936). Desde 1936 hasta julio de 1937 fue agregado cultural en la embajada de España en París, colaborando en el Pabellón de la República española (1937). En enero de 1939 se exilió en Francia y se instaló en París, donde últimó el rodaje de Sierra de Teruel, pero en abril de 1940 fue denunciado como comunista, detenido e internado en el campo de Roland Garros, desde donde fue transferido, al mes siguiente, al de Vernet y desterrado a Marsella en noviembre. En 1941 fue detenido de nuevo y deportado a Argelia, donde compuso su estremecedor libro de poemas Diario de Djelfa (1945). El 18 de mayo de 1942 abandonó el campo de Djelfa y se dirigió a Casablanca, donde el 10 de septiembre embarcó rumbo a Veracruz, México, país en el que se naturalizó y vivió hasta su muerte. Su actividad en el exilio fue incesante y abarcó diversos campos: cinematográfico, editorial, periodístico, radiofónico y de creación literaria y plástica. Es autor de novelas como Campo cerrado, Campo abierto y Campo de sangre. No pudo regresar a Europa hasta 1956 y volvió a España por primera vez en 1969, un reencuentro agridulce del que dejó testimonio en un dietario titulado La gallina ciega (1971). En México se entregó a una increíble actividad cultural, incluyendo la pintura, y escribió la mayor parte de sus obras, entre las cuales destaca la serie de novelas sobre la Guerra Civil Española que lleva el título general de El laberinto mágico. En su libro póstumo Imposible Sinaí (1982), reúne en torno a la Guerra de los Seis Días árabe-israelí (1967) unos poemas que denuncian toda guerra en general e intentan comprender lo sucedido. Pero su gran legado es el drama teatral San Juan (1943). Cuando León Uris publicó su novela Éxodo, ya hacía quince años que San Juan había salido de la imprenta en México. En ambos casos, el título hace referencia al nombre del carguero que transporta a judíos que huyen del horror hacia la esperanza. Por primera vez en su trayectoria dramática, Aub llevaba a la escena un episodio que había vivido muy de cerca. Tradicionalmente, se ha emparentado San Juan con otras obras de Aub que tienen como motivo central las consecuencias de la II Guerra Mundial. Ése es el caso de las obras teatrales Morir por cerrar los ojos (1944), El rapto de Europa (1946) y No (1952). Las dos primeras están ambientadas en la Francia ocupada por los nazis, mientras que la última tiene como telón de fondo la “guerra fría”: toda la obra transcurre en una estación de tren que sirve como frontera entre las dos Alemanias. En el momento en que Max Aub escribió San Juan se desconocían los extremos más oscuros del Holocausto. De todas maneras, el autor, al conocer los detalles de aquel horror, confesó que, de haber tenido noticia de ellos antes de la composición de San Juan, no hubiera cambiado sustancialmente la obra. San Juan no se estrenó hasta febrero de 1998 en Valencia, momento en que el Centro Dramático Nacional y Teatres de la Generalitat financiaron el proyecto. Sus Obras completas empezaron a editarse en Valencia en 2002, e incluyen sus últimas obras teatrales: Deseada (1950), Obras en un acto (1960) y El cerco (1968).
El drama ‘San Juan’ de Max Aub. La situación de partida es la siguiente: un grupo de refugiados judíos huidos de Alemania han logrado fletar un barco, antes destinado al transporte de caballos, con el que pretenden llegar a algún país del Mediterráneo que les ofrezca asilo. No los dejan desembarcar en ningún puerto y, mientras tanto, la vida sigue desarrollándose de manera cotidiana –a pesar de las circunstancias extraordinarias– dentro del carguero. El carguero no es más que un universo en miniatura. Por eso, en este caso, el éxodo o salida se reproduce a escala reducida –se habla de unos seiscientos refugiados en el barco–. Aub huye en todo momento del maniqueísmo y busca responsables de esa tragedia social y humana que asoló Europa durante la II Guerra Mundial. Así, los judíos huidos de Alemania acaban convirtiéndose en víctimas de sus salvadores, los aliados, que les niegan reiteradamente asilo en sus países. En el primer acto se plantean todos los conflictos que se van a desarrollar a lo largo de la obra.
La primera escena presenta a los niños del barco jugando a piratas. En el momento en que los niños abandonan la escena en busca de una nueva aventura, entran Raquel y Efraim, dos jóvenes enamorados. Sin duda, los jóvenes son el colectivo más perjudicado por la persecución, pues sus vidas se han visto rotas, truncadas por la mitad. Asoma en Efraim la desesperanza y la incertidumbre: “Llevamos tres meses a bordo del San Juan. Tres meses de angustia, de suciedad y hasta de hambre. Me repugna la comida: siempre lo mismo, y esa grasa infecta… Sin embargo temo desembarcar. Aquí me quieres, aquí te tengo. Pero: ¿y fuera?”. Otro personaje desilusionado y desengañado es Carlos, el hermano de Raquel, que no aprueba la relación de su hermana con Efraim y confía en que ella llegue a casarse con alguien que no sea judío, que no tenga que sufrir lo que ellos: “Lleguemos donde lleguemos, Raquel puede casarse con un ‘ciudadano’. Olvidar la sangre que Dios nos ha dado, ese Dios para todos que dicen que tus abuelos inventaron”. Un poco más adelante, Carlos llega más lejos cuando afirma que el único legado que pueden dejarle los judíos a sus hijos es la persecución y la muerte. Además de la relación entre Raquel y Efraim se presenta en escena el amor entre Sonia y el Oficial Primero de la nave, un amor prohibido por la religión. Únicamente Leva, un joven comunista, se muestra decidido y esperanzado. Al grupo de jóvenes le sucede en escena el de los viejos, el más heterogéneo de todos. Aparece una referencia esporádica a la Guerra Civil española, concretamente a la batalla del Ebro –no olvidemos que la obra está ambientada en el verano de 1938–. Especialmente profético resulta uno de los parlamentos de Boris, un personaje desencantado y cínico que no se deja cegar por falsas esperanzas. Sin embargo, el momento de mayor dureza lo encontramos cuando Leva acusa de intolerancia religiosa a Chene y Lía, los padres de Sonia, que se oponen radicalmente al matrimonio de ésta con el Oficial Primero. Cuando el Capitán regresa al barco trae malas noticias, pues tampoco en este puerto es posible desembarcar. En ese momento Bernheim se acerca al Capitán y pronuncia este parlamento: “¡Qué peligro representamos para la humanidad! ¿Eh? ¡Qué peligro para América! ¡Qué peligro para Inglaterra! ¡Qué peligro para Turquía! ¡Seis contables, ciento cuarenta comerciantes, cincuenta y tres abogados, dos rabinos, veinte agricultores, ciento y pico de dependientes de comercio, tres directores de escena, seis periodistas, doscientos viejos y viejas que ya no pueden con su alma, treinta y cinco niños…!”. Sin embargo, Bernheim, que es banquero, esconde tras estas palabras un intento de soborno; lo que pretende es desembarcar él solo. El final de este primer acto resulta un tanto desconcertante. Se cuela en el barco un personaje de raza negra, y, al comprobar que los pasajeros no son de su misma raza, se muestra realmente sorprendido: creía que si no los dejaban desembarcar tenía que ser porque eran negros.
El segundo acto reanuda la acción unas horas después, hacia las nueve de la noche. Ante la negativa de las autoridades para desembarcar, los personajes reaccionan de diversos modos. Durante toda la primera mitad del acto, los diálogos aparecen de manera simultánea al oficio religioso que se está celebrando al fondo de la bodega. Leva y sus amigos, incluido Efraim, se están preparando para huir del barco y marchar clandestinamente a España, donde se alistarán en las filas del ejército republicano. Por su conversación sabemos que Carlos, el hermano de Raquel, también se ha escapado. Hacia la mitad del acto, un policía lo devuelve al San Juan en un estado lamentable. Es en esos instantes cuando nos enteramos de que Carlos es judío sólo por parte de padre. Al regresar a la bodega, Carlos lanza una durísima invectiva contra los de su raza con una invitación a la rebelión. Al final del segundo acto, los pasajeros se enteran de que Leva y sus compañeros han logrado escaparse. Efraim, presionado por Raquel, no ha podido ir con ellos, aunque era lo que más deseaba. Resulta paradójico comprobar cómo, al mismo tiempo que Carlos acusa al resto de pasajeros de pasividad, Leva y los suyos deciden adoptar un papel activo en su historia. A pesar del brote de esperanza que supone la huida, la anciana Esther devuelve a los personajes a una realidad tan vieja como duradera: la persecución que su pueblo ha ido sufriendo a lo largo de los siglos. Hay en este segundo acto muchos elementos que presagian la desgracia, el desenlace trágico. Leva y sus amigos son los únicos personajes capaces de burlar el triste destino que espera al resto de pasajeros.
La misión del último acto es confirmar todos esos augurios que se habían ido dispersando a lo largo de la obra. El San Juan, al que sus pasajeros se refieren como “barco de lamentaciones”, “cárcel”, “montón de hierro viejo”, “inmundo pontón” y “ratonera de hierro recalentado”, se ve envuelto en una fuerte tormenta en alta mar. Este acto, más breve que los anteriores, adquiere un ritmo trepidante en el que se precipitan los acontecimientos. En una secuencia casi cinematográfica, Aub consigue una atmósfera inquietante que recrea el hundimiento del San Juan. Nada sirve ya: ni la reconciliación de Raquel y Efraim, ni la intención de Sonia y del Oficial Primero de contraer matrimonio, ni el telegrama que recibe el señor Bernheim de Londres, ni el nacimiento del nieto de Esther… Al final, el único consuelo que les queda a los pasajeros del San Juan es la religión, la misma que los ha colocado en la situación en que se encuentran, la misma que los ha convertido en perseguidos. Toda la agitación anterior acaba cuando se apaga la luz y únicamente se escucha la voz del rabino recitando el Libro de Job y los Salmos. Después, únicamente el silencio, que se prolonga durante diez segundos antes de la caída del telón. Es el silencio de la muerte. Paradójicamente, el mismo barco que les había servido para huir de Hitler acababa de convertirse en su tumba.