MILÍM: HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – El 15 de enero de 1413 es el día en que comenzó la llamada Disputa de Tortosa y en donde se reunieron autoridades judías y cristianas versadas en teología para discutir sobre la condición mesiánica de Jesucristo y sobre diferentes cuestiones sobre la Biblia y el Talmud. Esta fue la disputa más larga de las sostenidas anteriormente pues las discusiones se prolongaron durante sesenta y nueve días, lo que era visible desde ese primer día es que las conclusiones estaban determinadas de antemano.
Estuvo presente el Papa, Benedicto XIII quien tenía el objetivo de eliminar el problema judío mediante la conversión. La comunidad o lo que quedaba de ella, estaba devastada, a los numerosos ataques y conversiones forzadas que habían padecido sus integrantes, se unían la amargura y el enojo provocado por las conversiones voluntarias llevadas a cabo por conspicuos dirigentes comunitarios y religiosos.
Como si esto no hubiera sido suficiente entre 1411 y 1412, las predicaciones de un dominico nacido en Valencia, Fray Vicente Ferrer, azuzaban los ánimos del populacho llenando de terror a los judíos, que eran perseguidos y hostigados, cuando no asesinados. El poder del dominico le permitía entrar a las sinagogas y consagrarlas como iglesias, pero lo más grave y lesivo para la existencia del judaísmo en la región, fue la legislación que logró fuera puesta en vigencia. Determinaba el total apartamiento de las aljamas de toda vecindad con los cristianos, la reclusión en barrios especiales y apartados, con uso de vestimenta especial, la imposibilidad de desarrollar cualquier labor con cierta dignidad para ganarse la vida. No podían viajar y no podían abandonar las tierras del rey. El objetivo no era eliminarlos físicamente sino coaccionarlos para poder convertirlos finalmente al cristianismo.
Todo este clima previo no alentaba la fortaleza mental ni moral para sostener un debate teológico que pudiera demostrar las razones por las que Jesús no podía ser el Mesías de acuerdo a la fe judaica.
No obstante y a pesar de la mala fe con la que obró en todo momento Jerónimo de Santa Fe, parece ser que los rabinos se defendieron con fortaleza y dignidad. El principal organizador y director del debate fue el médico del Papa Benedicto, Jerónimo de Santa Fe (= Ibn Vives Lorqui, Al-Lorquí, Joshua ben Joseph), judío aragonés nacido en Alcañiz, recientemente converso (en 1412), hombre versado en el Talmud.
Los judíos estaban representados por José Albo de Soria que se hallaba al frente de siete rabinos muy afamados entre los que sobresalía Shem Tob Ibn Shaprut, nacido en Tudela, y a legaciones de sabios procedentes de las principales juderías del Reino, cuyos componentes eran reconocidos por su erudición sobre temas talmúdicos. El cristiano nuevo Jerónimo de Santa Fe trató a sus antiguos compañeros con desdén y amenazas de castigos – por lo que ellos, a sus espaldas, le llamaron el blasfemo.
En realidad la cuestión para Jerónimo, no era el debate, los judíos debían de escuchar y acatar, muchas de sus afirmaciones eran aviesas patrañas, como la de insistir en que uno de los trece principios del judaísmo se basaba en la creencia de la llegada del Mesías. También fingió desconocer que para los judíos la presencia mesiánica no representaba la salvación ni la redención individual. En todo caso, la creencia mesiánica del judaísmo estaba basada en la convicción de que su llegada traería la redención de todo el Pueblo Judío, que liberado del oprobio del destierro podía volver a vivir en la antigua Tierra Prometida. En paz y libertad, donde le león pacería con el cordero, sin más guerras ni violencia y otras cuestiones, pero nunca en la redención individual como lo fue para el cristianismo .
Este era un debate que los judíos no hubieran podido ganar nunca, la intención de quienes lo organizaron no fue esa. Cansados y desanimados, pero no derrotados, hartos de la cantidad de tiempo que les había insumido este debato, estos rabinos parecieron deprimidos por haber sido derrotados en sus argumentaciones a los ojos de los espectadores. Cuando la Disputa terminó, la comunidad judía sufrió una grave derrota, se produjo un gran número de conversiones al cristianismo, más de tres mil.
Para todas las que tuvieron lugar y las que continuarían posteriormente hubo diversos y contradictorios motivos. Convicciones sinceras, un profundo sentimiento de amargura acerca de los padecimientos sufridos sin ninguna compensación divina, conveniencias económicas y sociales. El miedo, la imposibilidad de poder resistir a todos los medios empleados para obligarlos a la conversión, el uso de la violencia que se ejerció contra ellos, el gran peso que tuvieron las conversiones de los más poderosos.
La existencia de falsos conversos y de sus descendientes, aun ahora, tal vez puede permitir llegar a comprender lo que significa para quien lo ha padecido, la violencia brutal que ha sido ejercida sobre las convicciones, los valores y principios de las personas. Todos ellos tan valiosos, tan importantes que han resistido al miedo, a la Inquisición y al paso de los siglos. La existencia de grupos de conversos en la actualidad, demuestra la poca convicción con la que se convirtieron muchos de ellos y el alto costo emocional y psicológico que tenía el abandono de la fe y la cultura ancestrales. Y esta historia continúa. . .