España y el gobierno de unidad nacional israelí
LA PALABRA – Aunque no suelo abordar temas de política española en estos editoriales, la situación de atasco democrático en que se encuentra el país me recuerda a la que se dio en Israel en 1984, cuando ninguno de los partidos mayoritarios (el laborista Maaraj ni la derecha de Likud) lograban sumar una mayoría matemática, ni siquiera con el concurso de pequeños partidos. Ante las perspectiva de una repetición de los comicios que seguramente dejaría las cosas en una situación muy parecida, los líderes de las dos formaciones mayoritarias (con aproximadamente el 35 y el 32% de los votos y escaños) y enemigos políticos irreconciliables (el Likud había desbancado al Maaraj de su posición hegemónica desde la fundación del Estado en 1948 hasta 1977) decidieron adoptar la única salida posible: un gobierno de ambos partidos, llamado de unidad nacional, con rotación del jefe de gobierno a la mitad del mandato: primero fue Shimón Peres (líder del partido más votado) y dos años después Itzhak Shamir (del Likud). No les fue fácil: fueron acusados de traicionar los principios ideológicos en ambas bancadas.
Pero, una vez superadas las suspicacias iniciales, el bien común se impuso como política oficial. La holgada mayoría conjunta permitió fraguar pactos de estado que, en algunos casos, perduran hasta hoy. Uno de los de mayor éxito fue el cambio de modelo económico, nada menos. Israel supo ver el final de los modelos agropecuario e industrial por la competencia de mercados emergentes y la huida hacia adelante por la senda de las altas tecnologías. Pero esto no se logra de un día para otro, algo tan importante para los políticos. Lo primero fue transformar el modelo educativo, desde los primeros pasos a la academia, que dejaría de ser una torre de marfil para convertirse en el más importante resorte económico, volcado en el desarrollo de soluciones y productos. El resultado no fue inmediato, pero treinta años después, un país de reducidas dimensiones y población, y acosado por amenazas vitales a su seguridad, se ha convertido, según señalan los últimos datos, en la octava economía mundial y es puntero no ya en la investigación científica, sino en cómo usar esos conocimientos para mejorar el mundo, desde la medicina a una simple aplicación telefónica.
Este caso sirve de buen ejemplo al adagio que equipara crisis a oportunidad. Las urnas españolas no están bloqueando nada. Al contrario, exigen que los que pretenden liderarnos cambien de modelo y sean capaces de adaptarse al resultado de lo que mayoritariamente han expresado.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad