LA PALABRA – Hace apenas unos días acabaron una serie de fiestas judías, un calendario de índole religioso que fue aprovechado por los enemigos de la paz para desatar la furia terrorista en Israel. ¿Casualidad? Sin duda no, como tampoco lo fue la fecha escogida por Egipto y Siria (entonces supuestamente países árabes con regímenes ateos) para atacar en el Yom Kipur de 1973. Y es que, aunque queramos buscar explicaciones más “ilustradas” y acordes al tercer milenio, la raíz, el tronco y los frutos de Oriente Próximo pasan por las pasiones primitivas de la fe anquilosada, por los instintos enrocados en los axiomas religiosos. Si bien Israel ha logrado firmar tratados de paz con estados vecinos como Egipto y Jordania, el problema es lograrla no ya con los palestinos sino con el mundo árabe musulmán en general, abocado a estas horas a las regresiones más a contracorriente de la historia.
La actual ola de violencia surge en este contexto y alentada incluso por gobernantes tan supuestamente alejados del fundamentalismo como el presidente de la Autoridad Palestina, que apelan al lenguaje coránico de sus enemigos interiores (Hamás, Yihad Islámica y Daesh) con tal de no dejar un sillón que lo privaría del acceso incontrolado y multimillonario a las ayudas económicas de Occidente que acaban en las mismas cuentas secretas y nunca llegan a los hermanos hundidos en la miseria y la desesperación, caldo de cultivo ideal para las mentiras e incitaciones directas al asesinato propagadas no sólo desde las mezquitas, sino desde el mismo púlpito de Naciones Unidas.
En ese mismo escenario quedó demostrado el escándalo del silencio cuando se amenaza a un estado con su destrucción por parte de otro y el mundo calla. Y al enmudecimiento hay que sumar la ceguera de los cuchillos blandidos frente a las narices. Ojos que no quieren ver, bocas que no quieren hablar con sinceridad, oídos que prefieren la mentira con tal de postergar cualquier acción, corazones cuidados para durar mucho y sentir cada vez menos.
Creemos que el mundo nos queda lejos, que la muerte y el dolor de las noticias son parte de la cultura del espectáculo, de la industria del ocio. No nos conmueve la muerte violenta de miles de niños, sino la imagen escenificada de un cadáver dispuesto como un pelele mediático. Nos importa más no haber alcanzado a hacernos selfies en las ruinas irrecuperables de Palmira que la lluvia de barriles explosivos sobre la gente. Nos importa la muerte de civiles sólo en función de simpatías u odios ancestrales. Y es que, aunque no seamos creyentes ni practicantes, nosotros también formamos parte de esta guerra de religiones. Somos los infieles a los que es preceptivo someter. Porque estamos en guerra y no es por la economía, las políticas imperiales, ni por territorios. Aunque no esté en tu agenda. Estamos en guerra y lo sabes.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad