LA PALABRA – En las últimas semanas hemos venido comprobando cómo los gobiernos de países que habían logrado gestionar de forma ejemplar la primera ola de la pandemia, se ven ahora desbordados e incapaces de adoptar medidas acertadas. En estos casos, la siempre ponderada virtud de la experiencia no sólo no ha servido de mucho, sino que incluso pudo haberse convertido en un escollo más a vencer. Ya en los primeros compases del contagio global salieron a relucir los defectos de los protocolos existentes hasta entonces y ahora ineficaces.
La experiencia por sí sola no es sabiduría, si no va acompañada de un contexto de conocimientos no lineales que conformen un criterio. Los humanos hemos evolucionado por adaptación a situaciones cambiantes que, como ahora, presentan cada vez nuevos parámetros de evaluación no contemplados antes. Más que basarnos, como la Inteligencia Artificial, en una cantidad inmensa de datos experimentales y estadísticos, somos capaces de configurar juicios para discernir, clasificar o relacionar algo. Estos criterios, no obstante, no son únicos. Por ejemplo, un jefe de gobierno puede impulsar una u otra medida para combatir la pandemia siguiendo un criterio político, que no necesariamente coincidirá con el económico o el sanitario.
Suecia se destacó en los primeros compases de la pandemia por dar mayor peso a los primeros de dichos criterios que al tercero, y en estos momentos paga las consecuencias de ello en términos de muertos por cantidad de habitantes. El recién conformado gobierno español se vio forzado a retrasar la toma de medidas de restricción de grandes aglomeraciones respondiendo a criterios políticos de su coalición (el Día de la Mujer Trabajadora). Algo similar ocurrió en la desescalada con los compromisos con los gobiernos regionales que siguieron al fin de dicho Estado. En otros países y fases, el criterio rector ha sido (como en el caso israelí) económico, lo que ha llevado a la pérdida del control por la sonada resistencia social (con consecuencias inevitablemente políticas) a la reimposición de medidas restrictivas.
Si repasamos el mapa, descubrimos algunos datos llamativos de esta guerra sanitaria. El primero es que la mayor incidencia epidemiológica se ha dado en los países más desarrollados y no como era habitual hasta ahora en las áreas más desfavorecidas del planeta (tomando en cuenta que algunas de las potencias económicas, como China, ocultan más datos y magnitudes de los mismos que los que comunican). Segundo: que no hay nadie que lo haya hecho tan bien en la primera ola como para evitar una segunda (a veces, por el contrario, pareciera que hay una relación inversamente proporcional: los que mejor superaron los primeros tiempos son los que más sufren ahora). Y en tercer y último lugar: que la experiencia por sí sola no siempre conduce a una acción eficaz. Hace falta mirar más a ambos lados y en todas direcciones antes de cruzar, aunque lo hayamos hecho miles de veces antes.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad