SHÉKET: JUDÍOS EN EL CINE MUDO, CON MIGUEL PÉREZ –
No era sencillo llevar a la pantalla en 1926 uno de los personajes más clásicos de la mitología alemana, pero Friedrich Wilhelm Murnau no sólo lo consiguió con éxito, sino que bordó una de las películas plásticamente más hermosas de la historia del cine mudo aunque otras hayan obtenido mayor repercusión pública. Únicamente por eso merece la pena una revisión sobre ‘Fausto’, que contiene el valor añadido de su contexto histórico. El director extrajo la belleza en medio de un contexto gris, en plena depresión previa a la llegada del nazismo al poder. Y se trata del último filme que el director de origen judío, nacido en Westfalia en 1888, realizó en Alemania antes de emigrar a Estados Unidos.
Murnau cerraba así un capítulo memorable de la cinematografía europea, con más de una quincena de películas rodadas en unos pocos años, entre ellas la indispensable ‘Nosferatu’, en las que había pasado por un cuidado proceso artístico que le condujo desde los últimos retazos del romanticismo alemán hasta la vanguardia del expresionismo, a cuya cabeza se situó junto a memorables directores como Fritz Lang y Robert Wiene. Su imparable carrera continuaría en Norteamérica, donde encontró acomodo entre las grandes compañías del naciente Hollywood, convirtiéndose en uno de los directores de prestigio más jóvenes de la industria.
Sin embargo, sólo pudo dejar constancia de su buen hacer en cuatro películas americanas. A los 42 años falleció como consecuencia de un fatal accidente de tráfico. Dejaba un legado en el que se incluían joyas como la propia ‘Nosferatu’, ‘La última carcajada’ o ‘Tabú’, una curiosa obra con tintes documentales rodada en Tahití y que el realizador no llegó a ver estrenada, pues murió unos pocos días antes. Hoy día, ‘Tabú’ se encuentra entre las películas protegidas por la Biblioteca Nacional de Estados Unidos.
La despedida de Murnau del Viejo Continente no pudo ser más espléndida. ‘Fausto’ es una auténtica delicia para los sentidos. Fotograma a fotograma, representa una sucesión de cuadros que pudieran haber llevado la firma de El Greco, aunque en realidad pertenezca a Carl Hoffmann, el más reputado fotógrafo y camarógrafo del expresionismo. Murnau, que ya había demostrado su peculiar manejo del blanco y negro y su maestría en el montaje de escenas siempre con un punto onírico, consigue aquí una película obsesiva por su belleza, por la materialidad de las escenas y la rotundidad expresiva de unos personajes a los que les falta muy poco en composición de planos y volúmenes para asemejarse al 3D. Todo ello hace aconsejable su visionado en una pantalla grande. Tenebrismo puro con un acento mágico.
El filme describe fielmente el clásico mito de Fausto y Mefistófeles con un relato muy bien ajustado a la obra de Goethe, con escasas licencias narrativas, lo que demuestra la capacidad del director para contar sin palabras una historia compleja y ciertamente fantástica en torno a la eterna lucha del bien y el mal. El demonio Mefistófeles hace una apuesta en la que se compromete a corromper a Fausto, un sabio filósofo preocupado por el bien de la humanidad, a cambio de obtener el dominio sobre la tierra. A partir de ahí comienza una lucha entre los principios morales y las tentaciones con una historia trágica de amor como telón de fondo.
Una de las dificultades principales que entrañaba llevar esta historia a imágenes radica en el carácter fantástico de la leyenda. Un demonio que asuela a un pueblo, personajes que son capaces de volar o rejuvenecer, juegos de luces tétricos en la noche… Y hablamos de 1926, una época en la que todavía no había nacido George Lucas.
Así que Murnau, sin arredrarse ante el reto, recurre a toda su artillería pesada, presente ya de manera dispersa en otros de sus filmes. Expresionismo alemán en estado puro: decorados vistos desde perspectivas y ángulos imposibles, escaleras que se doblan desafiando cualquier realidad, escenas rodadas en doble plano para crear volúmenes, naturalezas muertas, pasajes de gran potencia gestual y visual y una iluminación tan asfixiante como hipnótica. Destaca el reparto encabezado por Emil Jannings, el mejor actor del momento en Alemania, que ya había trabajado con Murneau, y que consigue una composición de Mefistófeles nunca superada en versiones posteriores del mito, mucho más decantadas –también es cierto– hacia el fantastique que hacia el drama.
‘Fausto’ no necesita palabras e, incluso, los intertítulos podrían ser prescindibles simplemente con el ejercicio de dejarse llevar por la fascinación de la óptica. La película puede verse como tal o como una experiencia visual, casi como si ante el espectador desfilarán cientos de cuadros de un museo. Y si el estatismo resulta arrebatador, cabe prestar especial atención a las escenas en que Mefistófeles lleva de viaje a un rejuvenecido Fausto en una alfombra voladora –inevitable evocar al posterior Ebezener Scrooge de Dickens– o en las propias apariciones del demonio ante el filósofo, rodeadas de humo y extrañas luces, muy difíciles de crear con los medios de la época y que lograron cautivar al público de modo similar al de los primeros blockbusters atraparon a los espectadores del siglo XXI.
No en vano, la obra de Murnau es una de las más caras del cine mudo y contó con la ayuda de los grandes estudios estadounidenses, como la Metro-Goldwyn-Mayer, que se aliaron con la UFA, la gran productora alemana, para colaborar en la distribución de la película en el nuevo continente. Murnau viajo a Estados Unidos en persona para negociar las condiciones de la alianza. Las majors, en manos de familias judías con una visión clarividente del futuro de la cinematografía e interesadas en llevarse a los mejores realizadores europeos, ya habían tentado al director, que al término del rodaje se trasladó definitivamente a Norteamérica, con ‘Fausto’ como memorable tarjeta de presentación.
Ficha técnica:
Título: ‘Faust’
Año: 1926
Dirección: F.W. Murnau
Guión: Hans Kyser, basado en el libro de Goethe sobre el mito alemán.
Reparto: Emil Jannings, Gösta Ekman, Camilla Horn, William Dieterle, Yvette Guilbert y Frida Richard.
Fotografía: Carl Hoffmann
Duración: 100 minutos, aunque depende del montaje. Murnau hizo hasta cinco diferentes.
País: Alemanía
Producción: UFA y Metro-Goldwyn-Mayer (MGM)
Género: drama, fantástico