LA PALABRA – No hay nada que huela más a caduco y antiguo que las predicciones sobre el futuro formuladas en un pasado no muy lejano. No me refiero solamente a los coches voladores y otros artefactos tecnológicos, sino incluso a comunicaciones telepáticas, interrelación con robots y otros sueños de progreso como especie. Porque en lo esencial seguimos siendo idénticos, sólo que ahora los chismes del patio de vecinos circulan de forma electrónica, sin que tengamos que salir a tomar el sol o caminar por el barrio. Puede que seamos una aldea global, pero seguimos viviendo como pueblerinos en una aldea.
El problema de la futurología “científica” (a diferencia de la astrológica o la de la ciencia-ficción) es que enfoca el devenir según una lógica que las sociedades nos empeñamos en contravenir. Por ejemplo, desde el siglo XIX nos hemos instalado en el pensamiento del progreso, según el cual “todo tiempo futuro será mejor”. Debe ser cosa de la edad pero, a la luz de lo que ha pasado desde entonces (siglo XX y la parte ya cursada del XXI), me he vuelto escéptico a la linealidad de la mejora. Por ejemplo, que cada vez más jóvenes criados en sociedades modernas, democráticas y progresistas se afanen por dejarlo todo por vivir y matar como en el pasado. O que otros decidan dejar de vacunar a sus hijos por razones seudocientíficas de tres al cuarto.
Miremos alrededor: a la primera potencia mundial le pesa más la corona que los muertos que dejó tras de sí para conseguirla. A la que fuera su oponente le va mejor desde su derrota que cuando estaba en la cúspide. Los que están a punto de ser primeros, no quieren serlo. Es como una carrera en la que los atletas se van frenando a medida que se acercan a la meta. Y los más retrasados, en lugar de intentar alcanzarlos, empiezan a correr hacia atrás. Como si aquel vórtice de las películas de serie B sobre viajes en el tiempo, en lugar de tragarnos nos escupiera hacia atrás y se empeñara en que repitamos una y otra vez, como el pobre Sísifo, la condena de pasar mil veces por las mismas experiencias (que ya han demostrado su incapacidad de enseñarnos nada). Véanse acuerdos internacionales de apaciguamiento, retorno a las leyes religiosas medievales, recomposición de estados fallidos, reedición de crímenes de odio y homenajes a sus instigadores, obligándonos (como decimos en Pésaj) a volver a salir de la esclavitud en Egipto en cada generación.
La literatura fantástica llama a esta visión inversa o adversa del futuro “distopía”, por diferenciarla de la óptica optimista de las utopías. Sólo que en esta ensalada de tiempos, el futuro ya es presente, es decir, navegamos rumbo al pasado.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad