LA PALABRA – En su famosa película “Metrópolis”, Fritz Lang dibuja una utopía pesimista de una sociedad del siglo XXI en la que los obreros viven en un gueto subterráneo, alimentando a una élite que disfruta del aire libre en la superficie. A la vista de lo que sucede realmente en este siglo en Gaza, la visión de Lang resulta diametralmente errónea, con la dirigencia de Hamás a buen recaudo en su entramado subterráneo, mientras los civiles pasean sus miserias al sol y son utilizados como escudos humanos. Los “valientes” resistentes no llevan uniformes (a menos que sean los del enemigo, para intentar colarse entre sus filas y golpear por detrás), a lo sumo se esconden detrás de un pañuelo o pasamontaña para que sus madres e hijos no sepan quién les obliga a volver a sus casas (que han utilizado de lanzaderas de misiles) para proteger lo más querido, más que la vida de sus propias familias: su armamento.
Se trata de una guerra desproporcionada. Si Israel respondiera de forma simétrica a como fue atacada (lanzando proyectiles de forma indiscriminada hacia población civil), ¿cuántos muertos habría en Gaza después de 2.200 lanzamientos: 100 mil, 200 mil o más?
Es una batalla desigual: de la treintena de soldados muertos del ejército israelí, una tercera parte son oficiales y el resto suboficiales, ningún soldado raso. Este índice de mortandad se explica porque en Tzahal el jefe es el primero en exponerse. En el lado de Hamás la política de combate es la opuesta: primero van los niños, mujeres y ancianos, detrás los “milicianos”; los comandantes mueven los hilos desde el búnker. El jefe de todos los comandantes se hospeda en un lujoso hotel de Doha, capital de Catar.
Con el dinero de algo más de 200 mil ciudadanos con derechos plenos de este pequeño emirato (dueño de varios clubes de fútbol europeos, entre ellos el Barcelona) se financia Hamás desde que saliera de la esfera de apoyo iraní (por su alineamiento con los suníes en el conflicto sirio): sus armas (la mayoría de fabricación propia gracias a la maquinaria introducida a pesar del “sitio”), los sueldos de sus funcionarios y la ciudad subterránea que han construido (de la que hasta ahora sólo se han descubierto 38 túneles con más de 60 bocas de entrada desde mezquitas, hospitales, escuelas y viviendas). Para Catar, Gaza sólo es una de sus franquicias de subvención de la Guerra Santa islámica suní mundial. Otras son los rebeldes sirios o el ISIS iraquí, entre cuyas reivindicaciones expresas están la reconquista de Al-Andalus, o sea, lo que vulgarmente se conoce como España y Portugal: lo paradójico del último caso es que lo estamos financiando los propios españoles comprando camisetas con el nombre de Messi.
Lo que está sucediendo en Gaza es tan claro y evidente, que incluso instituciones y medios habitualmente anti-israelíes destacan ahora por su silencio, excepto los directamente financiados por las mismas fuentes que el terrorismo hamasí, como la cadena catarí Al-Jazeera; Y las manifestaciones de condena (en Europa al menos) transparentan sin vergüenza alguna más antisemitismo que crítica a la acción bélica israelí. Y es que aunque las miserias se aireen al sol, lo que más apesta es la podredumbre que crece bajo sus pies.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad