LA PALABRA – El judaísmo no comparte la visión de un Paraíso y un Infierno (más la sala de espera del Purgatorio) del cristianismo. Si bien existen términos considerados equivalentes (Gan Eden y Guehenóm), en realidad son muy diferentes de los descritos poéticamente por Dante Aligheri. Guehenóm (o Gehena) es una deformación del nombre de un valle donde se incineraban los desperdicios de Jerusalén. Gan Eden no es sino el jardín de las delicias en el que vivían en inocencia Adán y Eva hasta su expulsión. Metafóricamente, se utilizan para denotar situaciones muy agradables o todo lo contrario, sin embargo, no describen un destino después de la muerte. Para ello, se usa la expresión Ha-olám ha-bá (el mundo venidero), por contraposición a Ha-olám ha-zé (este mundo, el de la vida). A destacar que la muerte, así presentada, es un mundo que viene hacia nosotros, y no al revés.
Vivimos un presente que ningún futurólogo, ni siquiera el más avispado guionista de películas de serie B, imaginó. A estas alturas, un tercio de la población mundial se queda en casa, como esa película de dibujos animados de una familia cavernícola que sólo sale de la cueva unos momentos al día para cazar y “desayunar”. La gente sigue con mucha preocupación las cifras de infectados en Ha-olám ha-zé, el presente, el fotograma congelado de un instante que ya es pasado. Son pocos los que se atreven a hablar del “día después”, del Ha-olám ha-bá que se nos viene encima. Quizás hayan aprendido del fracaso de tantos expertos que no supieron atisbar ni la caída del Muro de Berlín, ni el auge del terrorismo yihadista, ni la última crisis económica, ni el resurgimiento de las ultraderechas, etc. Uno de los que se ha “mojado” es Yuval Noah Harari, el autor de tres de los libros de no ficción más leídos en los últimos años.
En un reciente artículo, prevé en la posguerra sanitaria dos posibles escenarios: la vigilancia totalitaria según el modelo chino usado durante el confinamiento, o un mayor protagonismo de las iniciativas ciudadanas. Creo que esta vez ha pecado de la patología del “wishful thinking” (pensamiento desiderativo), ya que los únicos que han puesto en marcha medidas de prevención del contagio (aunque no sepamos en qué grado efectivas) son los gobiernos y no el espíritu colaborativo. ¿Ejemplo?: hacía mucho que en Occidente no se veía tanto elogio y colaboración con las fuerzas del orden público (incluidos ejércitos). Tomando en cuenta que ese mundo viene hacia nosotros a mayor velocidad de la que somos capaces de percibir, no acaba de convencerme que un cambio de actitud de la humanidad dure mucho, apenas para unos discursos como epílogo para las próximas producciones de Hollywood.
No fue una Guerra Fría y su consecuente hecatombe nuclear, ni siquiera una invasión de extraterrestres propiamente dicha (aunque seguramente fuerzas astrofísicas condicionan la mutación de los virus), ni el cataclismo climático, sino un bicho que en realidad no lo es porque no tiene vida, del tipo que nos invade cada vez que respiramos. Muchos piensan que estas semanas o meses en régimen de confinamiento nos cambiarán: den por seguro que repercutirán en los bolsillos, pero no descarten que, a la vez, despierten un espíritu de carpe diem, hedonista y egoísta, en las antípodas del sueño de la sublevación participativa ciudadana profetizada por Harari. Ojalá me equivoque, pero ya hemos vivido esta situación del “Nunca más” y aquí seguimos, pisando y repisando las mismas uvas ya exprimidas.
Refuá shlemá (curación completa)
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad