LA PALABRA – Uno de los productos de mayor éxito de la televisión israelí en los últimos tiempos es una serie de ficción titulada “Fauda” (en árabe, caos), que trata sobre una unidad de combate israelí anti-terrorista, mostrando con un realismo muy crudo y ecuánime cómo se vive el conflicto a ambos lados del enfrentamiento. Es una de las pocas obras que conozco (y que, por cierto, puede encontrarse subtitulada en español en Internet) que intenta adentrarse, al menos desde un punto de vista narrativo, en la lógica del shahid, el terrorista que va a morir matando. En su primer capítulo me llamó la atención una expresión en hebreo que desconocía, que utiliza el jefe del comando durante la instrucción de la operación para describir al terrorista con el que quieren acabar y al que se atribuyen más muertes de israelíes que a ningún otro, más de un centenar. Y es que, después de los insultos habituales, rebaja su condición moral al límite, calificándolo “ben mavet”, literalmente, hijo de muerte, una expresión más allá del lenguaje coloquial y, sin duda, un acierto de los guionistas.
El reciente atentado con camión de Jerusalén puede aparentemente recordar a los que tuvieron lugar en Niza y Berlín, pero hay con ellos una diferencia que me resulta esencial. En los casos europeos, los terroristas sabían que sus objetivos (las personas a atropellar) estaban allí esperándoles, concentrados contemplando los fuegos de artificio en la playa o atestando el mercadillo navideño. Sin embargo, el atentado de Jerusalén no pudo ser planificado; el conductor del camión no podía saber ni cuándo ni dónde exactamente surgiría la oportunidad de un atropello masivo. Desconocía si el autobús detrás del que circulaba se detendría y quiénes descenderían de él, si árabes, turistas o soldados (como fue el caso). Mi hipótesis es que hacía tiempo que había tomado la decisión de inmolarse y dejar huérfanos a sus cuatro hijos (a una de las cuales había dicho, tal como ha trascendido, que nunca podría quererla tanto como a la yihad), a sabiendas que las represalias contra su familia que pudiera tomar el gobierno posteriormente serían ampliamente recompensadas con ayudas económicas y prestigio por parte de las autoridades palestinas que lo considerarían un “héroe de la resistencia”.
Imaginémoslo en los instantes previos, exaltado en la cabina del camión, invocando a poderes divinos para justificar la atrocidad a punto de acometer, con la única misión de causar dolor, ya que sabe perfectamente que no va a lograr avanzar ni un milímetro su propósito de difundir universalmente la “verdad” de su fe. Las orejeras del odio sólo le dejan maniobrar para buscar las presas más codiciadas y arrebatarles su principal don, la vida, como brazo ejecutor y robotizado de su auténtico progenitor: la muerte. Ben mavet.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad