Hijos del amor y del odio
LA PALABRA – En estos días se ha hecho viral la imagen de un adolescente judío obligado a besar el calzado de un niño musulmán en Melbourne, Australia. El hecho se produjo fuera del centro educativo, por lo que la dirección de la escuela no ha emprendido ninguna acción contra los acosadores. En la misma ciudad y fechas, otro niño judío de apenas cinco años se ha visto obligado a cambiar de centro escolar tras los ataques de sus compañeros de aula al grito de “cucaracha judía”. También en este caso se tomaron más en cuenta los derechos de los agresores que del agredido. Probablemente se produzcan a diario multitud de hechos similares que se presentan como un simple acoso escolar, a semejanza de los ataques de motivación yihadista a los que las autoridades de esos mismos países intentan restar trascendencia, calificando a los atacantes de simples perturbados mentales.
El odio antisemita se ha cebado desde antiguo en las tiernas mentes infantiles. En el siglo XIII hubo en Europa “cruzadas” protagonizadas por niños, al margen de las empresas oficiales de recuperación de Tierra Santa emprendidas por la iglesia. Coincidieron en tiempo y lugar con otras cruzadas populares que, por falta de organización y medios, no solían llegar a su objetivo, conformándose por ello con diezmar poblaciones enteras de judíos asentados desde hace siglos en su vecindad. Tal era la barbarie, que muchas comunidades les salían al paso suicidándose colectivamente antes de sufrir el ensañamiento.
Pocos siglos después, cuando los judíos fueron expulsados de España, el rey portugués Juan II los admitió a cambio del pago de una fuerte suma, que luego volvió a exigir una y otra vez. Dado que los inmigrantes ya no tenían cómo pagar, el rey decidió separar a los niños de sus padres y arrastrarlos a conventos para ser criados como católicos. Unos 700 adolescentes sufrieron un destino aún peor al ser embarcados a la fuerza y abandonados en una isla africana recientemente descubierta y conocida como “de los Lagartos”, en la que ningún humano había logrado sobrevivir.
Durante el muy reciente (en términos históricos) holocausto, los nazis ni siquiera admitieron la posibilidad de salvación educando a los niños judíos en una nueva fe y cultura, asesinando a lo ancho del continente europeo a millón y medio de éstos sin que les temblara el pulso, ni mereciera que los ejércitos aliados dedicaran una sola bomba a evitar su traslado forzoso. En estos días, recordamos y celebramos la precariedad de la vivienda en cabañas en el desierto con la fiesta de Sucot, liderados por quien nació condenado a morir (como todos los niños israelitas) por orden del Faraón.
Mucha gente se asombra de que los judíos determinen su identidad desde el vientre materno, sin valorar que su destino a ojos de los demás también se forja desde la cuna. Somos hijos del amor, pero también del odio.
Jag Sucot sameaj. Feliz fiesta de Sucot
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad