LA PALABRA – Los libros de historia pueden darnos la sensación de que el devenir de la sociedad humana fluye en línea recta entre puntos de inflexión prolijamente señalados en la cronología: la caída del Imperio Romano, el descubrimiento de América, la Revolución Francesa… Sin embargo, la mayoría de la gente que existió lo hizo “entre” esos hitos. Por el contrario, si nos guiamos por los titulares periodísticos, prácticamente no hay mes de nuestras vidas en que no se produzca un “momento histórico”. En estos días, se califica así a la declaración de intenciones de un pequeño (pero millonario) estado árabe del Golfo Pérsico de entablar relaciones diplomáticas y pacíficas con Israel, a pesar de no haber participado en ningún enfrentamiento bélico con el estado de los judíos, ni tener fronteras con él. En realidad, para los analistas es un hito “en diferido”, es decir, que supone la primera roca que se despeña en lo que vaticinan será un alud. Lo bueno de llegar a ciertas edades es que uno ya ha visto enmohecer a más de una foto para la posteridad. Sin ir más lejos, la firma oficial de la paz con Emiratos Árabes Unidos puede que se produzca el 13 de septiembre próximo, 27º aniversario del acto protagonizado por Rabin y Arafat, apadrinados por Clinton, como colofón de los Acuerdos de Oslo. Desde entonces han corrido ríos, más de sangre de la Segunda Intifada que de tinta, incluido la del propio firmante israelí. A diferencia de las leyes naturales de la gravedad, la primera piedra despeñada provocó un alud, pero en sentido inverso, aplastando a los que la empujaron.
Poco antes, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama había publicado un libro con el pretencioso título de “El fin de la Historia y el último hombre”, vaticinando que, tras la caída del bloque comunista soviético dos años antes, entrábamos en una especie de fase de encefalograma plano evolutivo. Ocho años después comenzaba la mayor guerra internacional contra los ejércitos irregulares del yihadismo, por poner un ejemplo. Algunos incluso creyeron que para detener la parte más dolorosa de la historia bastaba con creer que era posible, como al otorgarle al presidente Obama el Premio Nobel de la Paz de 2009 cuando llevaba menos de un año en el cargo. También tituló la prensa internacional de “históricas” las sublevaciones populares de las apodadas Primaveras Árabes en los años inmediatamente posteriores, pero que acabaron, en la inmensa mayoría de los casos, con masacres y guerras civiles aún en marcha en Siria o Yemen.
Cuando el 19 de noviembre de 1977 el presidente egipcio Sadat aterrizó en Israel, recuerdo ser el único peatón que caminaba por las calles de un Tel Aviv pegado a los televisores para presenciar ese momento histórico, que para mí lo fue más por dicho vacío urbano que por sus consecuencias (tras la firma de ese primer tratado de paz, Sadat fue asesinado, y las guerras posteriores de Israel pasaron de los ejércitos nacionales convencionales a los mucho más escurridizos grupos y milicias terroristas). MI consejo de viejo: la próxima vez que viva un momento histórico, por si acaso, llévese un paraguas por si empieza a llover para arriba.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad