LA PALABRA – Una universidad de los “territorios en disputa” (llamémosles así para evitarnos algunas horas de discusión) publicó hace pocos años un informe que confirmaba la deriva hacia la izquierda de la sociedad israelí. Sí, habéis leído bien: cada vez son más los israelíes (y ya son mayoría) que preferirían una “solución de dos estados”, es decir, la creación de un nuevo estado palestino independiente al lado del estado judío de Israel.
¿Han visto la luz? ¿Por fin les han convencido las razones y crónicas de los corresponsales de la prensa española en la zona? Nada de eso. Sorprendentemente (para algunos empeñados en su demonización), más de la mitad del país no quisiera convertirse en lo que los demás pregonan que es: un “apartheid”, un estado con una minoría árabe-palestina que amenace su propia identidad o que haga que alguno se plantee discriminaciones internas a fin de evitar el objetivo para el que fue ideado (sionismo), legalmente adjudicado (Declaración Balfour de 1918) e internacionalmente aceptado (Partición de 1947 e incorporación a Naciones Unidas en 1948). Tal como se señala en todos los documentos de la idea, legalidad y aceptación, estas tierras están destinadas a servir de hogar al pueblo judío. Y al menos las dos primeras etapas tuvieron lugar antes del Holocausto, no a consecuencia del mismo como a algunos les gusta apostillar errónea y malintencionadamente.
Ello me recuerda un famoso poema de una de las más grandes poetisas hispanas de todos los tiempos, nacida en lo que siglos después sería México, Sor Juana Inés de la Cruz (de quien algunos apuntan incluso posibles raíces judías): “Hombres necios que acusáis”, cuya defensa de la dignidad femenina bien podría extrapolarse a otro tipo de discriminaciones. Acusan a los israelíes de lo que muchos pretenden evitar que llegue a suceder, como si fuera una realidad actual, sin señalar a los que llevan a cabo dicha mala práctica justamente desde la creación del estado de Israel: los países que acogieron a los refugiados palestinos que abandonaron sus casas a instancias de los ejércitos árabes invasores y que hoy día, casi tres cuartos de siglo después, siguen sin otorgarles derechos ciudadanos básicos (ni a sus hijos y nietos).
Déjenme que “peque” de la tradicional afición argentina al psicoanálisis para traerles la definición de lo que, en esa disciplina, se entiende por proyección, “un mecanismo de defensa que opera en situaciones de conflicto emocional o amenaza de origen interno o externo, atribuyendo a otras personas u objetos los sentimientos, impulsos o pensamientos propios que resultan inaceptables para el sujeto”. Hagan una lista de las acusaciones contra Israel (valen también contra los judíos) y verán cuán frecuentemente se usa este mecanismo. Tachan de racista a Israel por no admitir el retorno de los refugiados cuando, según ellos mismos han declarado, ni la Autoridad Palestina ni por supuesto Hamás admitirán que vivan en su futuro estado ni un sólo judío (muchos colonos de esta fe estarían dispuestos a quedarse donde están, no importa bajo qué bandera). Nos roban nuestra historia y nuestros símbolos, hablando de su propio genocidio y holocausto, y hasta pretenden convencer al mundo de que Jesús era palestino, habiendo muerto casi cien años antes que un emperador romano, harto de la obcecación de los habitantes de Judea por conservar su fe, los castigase inventándose el nombre de Palestina, y cinco siglos antes que los árabes salieran a conquistar el mundo y a expandir su recién nacida fe. Como diría la mencionada poetisa del siglo XVII, “acusáis sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad