LA PALABRA – La aproximación al tema del Holocausto judío es una empresa condenada de antemano a resultados parciales. Nadie que no haya estado en las fábricas de la muerte es capaz de ponerse en la piel de quienes vivieron el horror, por más documentación que lea: aún faltan por escribirse otros seis millones de testimonios que se tragó la bestia. No sólo fallan las palabras, sino también los recuerdos (moldeados por el propio relato reprimido durante décadas) y las imágenes. Como en un agujero negro astronómico que no permite conocer su interior (sólo deducir la magnitud del colapso), existe un horizonte de sucesos que marca la frontera entre lo que podemos ver y lo inaccesible por definición desde este lado de la realidad.
Se pueden escribir cronologías detalladas, rescatar con esfuerzo gran parte de las evidencias y los nombres de las víctimas, descubrir testimonios parciales que permitan la labor casi paleontológica de reconstruir parches de aquellas vivencias, pero con un límite infranqueable. Como en las recientes aplicaciones de realidad virtual para visitar campos de concentración y ver cómo eran entonces, al planteamiento estético de aquella película húngara, “El hijo de Saúl”, podemos vernos a nosotros mismos transitando el infierno, pero no lo que realmente nos rodea.
En una entrevista hace unos años, un experto en el tema señalaba que lo que caracterizaba al Holocausto judío era su definida nitidez entre perpetradores y víctimas, que lo fueron más ante la ausencia de un conflicto. Sin embargo, no estoy tan seguro que dicha categorización sea tan indiscutible, ya que la historia es cada vez más una herramienta política, una potente arma para movilizar a las masas, como lo fue la propia maquinaria de propaganda del nazismo que llevó a uno de los pueblos más ilustrados de la época a cometer la mayor de las atrocidades de los tiempos modernos. Aquel agujero negro sigue tragando toda evidencia que se aproxime a sus bordes, y lo único que podemos hacer es observar cómo crece en oscuridad y olvido.
Según una teoría que imaginó un judío que logró escapar del vórtice del genocidio, el hecho que desde este lado del horizonte no podamos ver lo que sucede en su interior no implica necesariamente la situación inversa. Es decir, quizás todo el dolor y el terror esfumados contemplen estupefactos nuestras dudas, incredulidad, incapacidad de imaginar, nuestra cobardía de seguir mirando hacia otro lado, de no empatizar, de negar lo evidente, de no oír; nuestra satisfacción de nosotros mismos por retratarnos en homenajes anuales, la maleabilidad de nuestros sentimientos en manos de los manipuladores de recuerdos, el talento para falsearnos la realidad y desprendernos de cargas morales. Porque hay un horizonte más allá del cual renunciamos a toda responsabilidad, a toda acción en consecuencia.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
Horizonte de sucesos
Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, Holocausto, Jorge Rozemblum