Idealgia: cuando duele según la ideología
LA PALABRA – A los recientes ataques terroristas en Cataluña han seguido muchas declaraciones políticas, nacionales e internacionales. Casi todas relacionan los atentados con otros, atribuidos a la misma autoría yihadista en suelo europeo; algunas, más magnánimas, las equiparan a masacres más lejanas en la geografía. Pero ninguna (a excepción de la de los afectados más o menos directos) a las que se cometen en nombre de los mismos principios religiosos en un punto específico del planeta que ya habrán adivinado. Es lógico que uno se identifique más con lo más cercano (en la distancia física, temporal y cultural), pero no que sólo duelan los muertos que convienen a nuestras ideas preconcebidas. Si la neuralgia es el dolor de un nervio, la idealgia es el efecto deformante de la ideología sobre la misma percepción.
En estos días, se hace patente la fuerza de las posturas políticas en la lectura de una misma “realidad”. Por ejemplo, si bien se debate la “nacionalidad” (si catalana o española) de algunas víctimas mortales y héroes policiales, no se hace lo mismo con los asesinos. También asombra comprobar la ola de testimonios sobre lo buenos que eran estos chicos, sin pararse un momento a revisar la forma que tenemos de juzgar a los demás. ¿Seguirían pensando que su vecino era “buena gente” si se demostrara que era un pedófilo o un asesino en serie? Pareciera que si uno se convierte en alguien capaz de mentir y disimular para lograr su objetivo de morir matando a cuantos más mejor, bebés incluidos, no fuera responsabilidad suya sino de un agente externo que envenena su tierna mente. ¿No es acaso el discernimiento entre el bien y el mal el primero de los principios morales que dirime si una persona es juzgable?
Confesemos que no todos los muertos nos duelen por igual. Sólo una minoría de extremistas del buenismo tilda de brutalidad la actuación del policía que vació su cargador contra cuatro de los terroristas que, tras atropellar a los viandantes y volcar, salían del vehículo con cuchillos y hachas. Pero la misma mayoría no suele juzgar de igual manera cuando eso sucede en Israel: entonces los titulares españoles no dicen que el terrorista fue “abatido”, sino matado o asesinado. Una cosa es que ese país no pertenezca geográficamente a Europa (sí en lo cultural) y otra que no merezca ser juzgado con el mismo rasero con que se mide el dolor en cualquier otra parte del mundo. Es más: el Mal (con mayúsculas) sigue usando (sin que las sociedades occidentales sean capaces de corregir el rumbo de su historia) a los judíos (como minoría y ahora como estado) para experimentar y perfeccionar la destreza en la muerte que luego infligirán entre las naciones. Como animales de laboratorio, nuestro dolor no despierta en la llamada zona civilizada la misma empatía que el del resto de la humanidad.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad
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