Imperialismo europeo y antisemitismo político (10ª parte): la migración de judíos árabes

MILÍM: LA HISTORIA DE LAS DIÁSPORAS, CON ALICIA BENMERGUI – Alrededor de 1492 los reyes católicos decretaron un Edicto Real que expulsó a los judíos de las tierras españolas. Muchas familias emigraron hacia Siria, donde el Imperio Otomano, si bien no les brindaba el mismo status que a los musulmanes, respetaba su religión. A principios del siglo XX la comunidad judía de Siria era una minoría tolerada que principalmente se asentaba en las ciudades de Damasco y Alepo. Sin embargo, el principio del siglo XX encontró una Siria convulsionada. Por un lado, con la transición de la Turquía Otomana al control francés, tras la Primera Guerra Mundial, se consolidó el nacionalismo árabe, que llevó a la discriminación y segregación de las comunidades sefardíes. Además, en 1908 se suspendió la exención militar para los judíos. A la par, los años de penurias económicas se iban acumulando y no se preveían mejoras. Frente a las amenazas, como tantas otras veces, las familias asentadas en Damasco decidieron emigrar en pos de sus convicciones y su fe. Al principio, partían los hombres solos. Los primeros destinos fueron Egipto e Inglaterra, pero en los albores del siglo XX una cantidad importante de judíos sirios emigró hacia América, principalmente Argentina, México y Estaos Unidos.

Para iniciar la travesía había que reunir el dinero para el pasaje (que muchas veces implicaba la venta de pertenencias familiares) y luego acudir al mejtar (jefe de manzana) y llevar adelante los trámites, cuya parte más difícil era el certificado médico indicando que no se padecía de tracoma, una enfermedad ocular que limitaba el ingreso a Argentina. Luego se iniciaba un viaje arduo que duraba meses. Argentina era un futuro tanto de esperanzas como de incertidumbre. Se trataba de una nación joven, que veía en la migración la generación espontánea de mano de obra que aceleraría el crecimiento del país y crearía un nuevo electorado político. A su vez, el carácter laico del estado permitía la integración. Para 1910 ya había una pequeña colectividad siria en Buenos Aires que apoyaba a los recién llegados. La pertenencia a esta nueva kehilá fue de vital importancia para mitigar el desarraigo. En particular los judíos damascenos se instalaron en la zona de La Boca y Barracas. Los primeros trabajos eran de vendedores ambulantes. Lentamente, las canciones, los aromas y las comidas orientales fueron impregnándose en la nueva ciudad. Al crecer, las familias salieron a trabajar en los pequeños pueblos de la Provincia de Buenos Aires e instalaron negocios en distintas localidades, ofreciendo telas, ropa de uso diario y blanquería. Con los años, los jóvenes abandonaron la vida itinerante y se nuclearon en torno a la comunidad. Se consolidaron en la actividad comercial, instalaron locales, se casaron y formaron sus propias familias. Nacieron así las primeras generaciones de sefardíes argentinos.

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