Inconformes

LA PALABRA – Resulta difícil definir a cualquier grupo humano, pero en el caso de los judíos es aún más oneroso. En primer lugar porque no es simplemente un conjunto de personas que comparten la misma fe: gran parte de los judíos no son practicantes, otros son agnósticos o simplemente no creyentes, y algunos incluso profesan otra religión. Por otra parte, en un simple recorrido por cualquier ciudad israelí comprobaremos la variedad étnica de sus gentes: rasgos mediterráneos, nórdicos, africanos o hindúes y sus múltiples combinaciones. No somos sólo una religión y, por supuesto, no somos una raza. Somos gentes que hablamos durante siglos otros idiomas, comimos frutos de tierras muy diferentes, crecimos con luces y sombras que moldearon nuestro carácter de forma muy desigual. Incluso las melodías con que leemos los textos en las sinagogas se han moldeado según nuestros orígenes diaspóricos. Pero hay algo común a todos nosotros, en nuestras múltiples variedades: somos inconformes.
Si el lector de estas líneas es judío, es más que probable que no esté de acuerdo con esta definición, lo que no hace sino reforzarla. Quizás todo arranque de la propia Biblia con Abraham, el primer judío y el primero en discutir con Dios cuántos habría que dejar con vida en Sodoma y Gomorra. Más adelante, incluso un judío que no sabe que lo es (Moisés, siendo príncipe egipcio) se revuelve contra el orden establecido y debe huir tras matar a un soldado que maltrataba a un esclavo. No estaba conforme. Que dos judíos necesiten fundar tres sinagogas no es un chiste: es una evidencia más de su mal asiento. En realidad, toda la enseñanza teológica judía se basa en discutir lo que los grandes sabios dijeron. Y en los oficios, nadie debería extrañarse que nos prodiguemos en sectores que pongan en entredicho lo establecido, en la ciencia, en nuevos medios artísticos (como fue en su momento el cine) o en las nuevas tecnologías. No es que no podamos disfrutar de la tan contemporánea idea de una zona de confort: es que no hay nada que nos incomode más que sentirnos apoltronados.
Hace menos de tres décadas, la balanza comercial israelí se basaba en la exportación de productos agrícolas (especialmente cítricos). Pero no estaban conformes con ser un país que compitiese con los demás con lo que podía extraer de su naturaleza. Así, revolucionaron todo su modelo económico y los resultados están hoy a la vista, como puntero en nuevas tecnologías y aplicaciones. Otros se acomodarían muy hondo en sus sofás, más que conformes con lo logrado en tan sólo 68 años recién cumplidos. Pero es un estado judío, de modo que al día siguiente a los festejos por la independencia lo que toca es imaginar qué y cómo cambiar para que el mundo sea mejor.
Jorge Rozemblum
Director de Radio Sefarad

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